Una Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina

Tomo I No. 4 Primavera 1998

ISSN 1496-4538

Director: Edmundo Farolán


En este número:

La oveja de Nathán, de Antonio M. Abad por Manuel García Castellón

El español en Filipinas por Antonio Fernández Pasión

Horacio de la Costa y los rasgos del nacionalismo filipino por Edmundo Farolán Romero

Los autores:

Manuel García Castellón es Profesor de Lengua Española y Literatura Colonial en University of New Orleans desde 1991 y autor de libros de ensayo y poesía. Su nuevo libro, Antología de la literatura filhispana, está en preparación y se publicará pronto. Antonio Fernández Pasión es periodista y escribió para el semanario manilense El Debate por varios años, y ahora sigue escribiendo artículos de periodismo para El Nuevo Horizonte y Nueva Era. Dirige la revista mensual en inglés, InterPinoy. Edmundo Farolán Romero es miembro de la Academia Filipina de la Lengua correspondiente a la R.A.E., y es autor de varios libros de poesía, teatro y linguística.  


La oveja de Nathán, de Antonio M. Abad (1894-1970), novelador hispano-filipino del anhelo de independencia patria

Por Manuel García Castellón

Hubo una vez una literatura hispánica en Filipinas, la cual, a pesar de su efímero ciclo, no sólo posee el lógico valor documental, sino que incluso llegó a producir valores que no merecen el olvido. Al acercarse la efemérides centenaria del mutis de España en el archipiélago magallánico, hablar de algunas de aquellas figuras pretende ser justo homenaje a quienes, con las letras por armas, respondieron no sin riesgo a la campaña que el directorio militar americano llevó entonces a cabo para obliterar la cultura hispánica de las islas. Antonio Mercado y Abad, culto y sólido novelista, es una de dichas figuras de aquella fugaz "edad de oro" del castellano en Filipinas. La coyuntura descrita en su obra La oveja de Nathán, contemporánea al propio acto de producción literaria, testimonia del irreprimible anhelo de independencia que el pueblo filipino, frente a formas de represión más o menos sutiles, experimentó durante los años de protectorado americano (1898-1947).

Para entrar brevemente en antecedentes, recuérdese que en 1898 el Tratado de París, al poner fin a la contienda cubano-hispano-estadounidense, obligaba a España a ceder Filipinas y Guam a EE.UU. en calidad de botín de guerra. Tarde, pero determinadamente, Estados Unidos se había decidido a imitar el curso de las viejas naciones colonialistas, al menos hasta que el clamor de los elementos demócratas del Congreso pusiera freno a tal espíritu de expansionismo.

Al advenimiento de los americanos, y tras 333 años de dominio español, Filipinas era sin duda un territorio tan hispanizado, al menos, como lo hubieran sido Guatemala o Bolivia con sus masas indias al alba de su independencia, siete décadas atrás. Sin embargo, el hado de las élites encargadas de relevar a España en la tarea de hispanización cultural y lingüística difiere en America y Filipinas. En la Hispanoamérica de 1820 no hubo una nueva potencia colonial que sucediera a España. Las nuevas naciones surgidas de la independencia ingresaban en la sociedad mundial, sin que nada les impediera seguir utilizando el español como factor de expresión y manteniendo la aportación hispánica como elemento fundamental de la síntesis cultural mestiza. Veamos por qué no fue así en Filipinas.

Como bien se sabe, viendo Estados Unidos que las bases hispánicas de su nueva colonia oriental no eran tan sólidas como en Cuba y Puerto Rico--las otras islas entonces anexionadas--creyó conveniente a sus fines proceder a desmantelar dichas bases. Los expansionistas del congreso y los presidentes McKinley y Cleveland decidieron que Filipinas habría de ser la avanzada de los intereses americanos en Asia. No le constó a la administración colonial el grado, ya bastante elevado, de hispanización en los núcleos urbanos como Manila, Vigán, Ilo-ilo, Cebú, Zamboanga, etc., y ni mucho menos le constó la sofisticada y arraigada cultura hispánica de los llamados "ilustrados," es decir, la élite mestiza hispano-chino-malaya que hasta entonces había ocupado el protagonismo social en un ámbito geográfico y humano de lo más heteróclito. Tampoco le constó a dicha administración que en el seno de aquella élite hubiera comenzado ya a florecer una literatura en español. En efecto, hacia 1880, los jóvenes estudiantes filipinos de Madrid inician un movimiento propagandístico en favor de reformas sociales y administrativas que, con excelente calidad expresiva, se articula a través del ensayo periodístico, la poesía y la novela.

Más bien, desde el primer momento Estados Unidos hizo saber a aquellas élites que, si querían seguir sirviendo cual intermediarias entre el poder y las masas, como hasta entonces habían hecho con respecto a España, tendrían que colaborar con un vasto programa de americanización que, por supuesto, entrañaba desfilipinización. En aquella planificada alienación todas las clases iban a perder algo importante de su esencia, y a la clase de los ilustrados le tocaba perder su liderazgo cultural y su posibilidad de relevar a España en la tarea de hispanización, o más concretamente, de hacer que el español se consolidara como lengua oficial del archipiélago.

Con la colaboración de elementos "ilustrados," en especial los que secundaban el anexionismo mediante el llamado Partido Federalista, los americanos comenzaron su labor de zapa por la enseñanza primaria y secundaria. Mientras fue necesario, i.e. hasta 1935, la Secretaría de Instrucción Pública estuvo a cargo de un comisionado norteamericano. Se reemplazaron los maestros españoles con maestros americanos, y se programó la progresiva sustitución del español por el inglés en todos los estamentos oficiales. La reacción sobrevino cuando, con excepción de los líderes manipulables, la clase media "ilustrada" se vio agraviada ante una propaganda americana que asimilaba lengua y cultura hispánicas a barbarie y atraso. Frente al paternalismo racista que se refería a los filipinos como "little brown brothers" a los que había que civilizar, aquellos ilustrados comenzaron con más fuerza que nunca a manifestarse en español y a insistir en que el español había sido hasta entonces, mal que bien, la lengua de la sociedad y la cultura, así como la lingua franca de una nación de seis mil islas y cien lenguas diferentes. Aquella clase libró su batalla como pudo, y hacia los años 20 y 30 hasta tuvo un segundo renacer literario que se ha llamado "la Edad de Oro del castellano en Filipinas." En ese contexto de resurgencia nos referiremos a Antonio M. Abad y su novela La oveja de Nathán.

Ultimo gran novelista de edad áurea del castellano en aquellas islas, Abad fue llamado por algún crítico el "Juan Valera filipino," si bien su estilo novelístico más bien le acercaría a un Manzoni por su fondo histórico y de dominación extranjera, su ambición descriptiva y documental (que podría brumar al lector ligero), sus varias acciones paralelas y saufragáneas, un sutil distanciamiento del héroe y una castiza dicción.  Cual ocurre en la narrativa de José rizal, llama también la atención el frecuente contrapunto dialogal entre los personajes.  Estos tienden a distribuirse las alícuotas de la escisión moral que existiría quizá en el alma del autor--o del pueblo--debida a una doble y contradictoria fidelidad:  por una parte, a la esencia nacional nativa; por otra, la idea de nacionalidad que incluiría los valores supuestamente civilizadores del ocupante extranjero.

En Barili, cercana al importante puerto de Cebú, donde al igual que en todas las grandes ciudades había un alto grado de hispanización, nació Antonio M. Abad en 1894 en el seno de una culta familia mestiza.  De graduó de Latín y Humanidades en el cebuano Seminario de San Carlos, cuya sólida enseñanza tridentina le dio bases de clasicidad y erudición.  Tras declinar la vocación sacerdotal, decidió dedicarse al magisterio, iniciándose en el Colegio de San José como profesor de Gramática y Literatura castellanas.  Muy joven aún debutó como articulista en los diarios cebuanos El Precursor, La Revolucion, El Espectador y The Cebu Advertiser. Al pasar a Manila en 1926 alternó su labor periodística con la docencia.  Formaba parte del equipo editor del manilense La Opinión, que llegó a dirigir, y fue también profesor de Lengua y Literatura españolas en la Universidad Nacional de Filipipinas, la cual--en vista de una rápida acumulación de méritos--llegaría a ofrecerle el decanato del Departamento de Español.  La Far Eastern University también  requirió sus servicios docentes.  Esta experiencia le decide a organizar, en 1938, la Federación de Profesores de Español.  Era consciente ya de los golpes mortales que iba recibiendo el castellano en Filipinas, y por su defensa del español en la prensa fue, en dicho año, elegido secretario de la Academia Filipina y correspondiente de la Real Academia Española.

La poetisa Adelina Gurrea le exalta en un poema de su libro A lo largo del camino por su nacionalismo, el cual no concebía una Filipinas bajo órbita china, japonesa o anglosajona, sino sól o identificada por su propia síntesis, la elaborada tres siglos de hispanidad:

Tamaraw de la historia, ojo en ristre, avizor,/ tu racial geografía tuvo llave y herraje/ cuando en rama malaya, con injertos de amor/ florecieron tus rosas de la fe y el lenguaje.- Ni sierva del Japón ni con las tierras chinas;/ ni relámpago gris de sajonismo en ruinas,/ quieres patria afincada en el ayer-mañana;/ arreboles de siglos nimbando sus corolas- con una cruz plantada en medio de las olas/ malayo-occidental y malayo-cristiana.

Como lingüista, publicó varios libros de texto: College Spanish (1955); El español, lenguaje y gramática funcional (1955); Curso superior de español (conteniendo el discurso de Mabini "La Revolución filipina," anotado por Abad. Manila, 1958; Teoría de la composición castellana, 1959. Como dramaturgo, escribió zarzuela en cebuano y comedia en español (Calvario de un alma, 1916; La cicatriz, 1920; Las hijas de Juan, 1924; La redimida, 1925; Los desorientados, 1928; La gloria, 1930; Cuando los lobos se vuelven corderos, 1932; Sor Sagrario, 1932; Dagohoy, 1939. Como editor, en 1931 preparó Coronas: búcaro de pensamientos, en homenaje a Dionisio Jokosalem; Los discursos de Malolos, compilación que vio la luz en 1958; Lira filipina (colección de poemas de varios autores, editada en 1958). Como periodista, aparte de sus juveniles colaboraciones en los diarioos cebuanos, de 1935 a 1937 contribuyó con una serie de amenos editoriales en El Debate. También dejó numerosos ensayos y relatos breves en La Defensa y La Vanguardia. Pero su fama la constituyen sus excelentes novelas, de fondo idealista y filosófico, en absoluto merecedoras del olvido en que se halla la generalidad de las letras hispano-filipinas. Entre ellas sobresalen El último romántico (Premio Zobel 1927); La oveja de Nathán (Premio Zobel 1929); El campeón (1945) y La vida secreta de Daniel Espeña (1960). Su novela Sakay, en su vernáculo cebuano, permanece inédita, así como otras dos en español, Su Majestad y El acero del dattu.

Su obra mayor es, sin duda, su novela La oveja de Nathán, cuyo marco de apertura es la I Guerra Mundial y su resonancia en la lejana Filipinas. A la vez, el tema central lo constituye el anhelo del pueblo filipino por obtener su independencia de los EE. UU. A los veinte años de haber sido aniquilada la primera República Filipina, el directorio militar americano imponía represión y censura sin ambages en la insular nación, al tiempo que el capital extranjero expoliaba sin freno los recursos de la tierra. Algunos "ilustrados," ahora designados por el poder como intermediarios entre éste y el pueblo, se habían acomodado bien al placentero status, el cual no podía mantenerse sin un doble juego. Es decir, por una parte, dichos caudillos hacían creer al país que ellos laboraban por la obtención de la independencia; mientras tanto, en secreta connivencia con los pretores, confirmábanles a éstos que el pueblo filipino, inmaduro aún para la libertad, más bien agradecía la situación de protectorado. Contra la represión y la censura que por entonces limitaban la libre expresión escrita, Abad se permitió toda la claridad y valentía que le fueron dadas.

He aquí una breve sinopsis de la obra. Tras mucha vacilación, Mariano Bontulán, joven cebuano que trabaja como linotipista en Manila, se convence de que la causa de los aliados (y, por tanto, de los EE.UU., entonces nación-metrópoli de Filipinas) frente a Alemania es, sencillamente, la causa de la democracia mundial de los pueblos. Así pues, enrolado en un mercante llegará a San Francisco, donde se alistará como voluntario para luchar en los frentes europeos. Mariano representa a aquellos jóvenes patriotas que, alistándose en aquella guerra, piensan también que la aportación en sangre y bravura servirá para comprar algún día el derecho a la prometida independencia.

Antes de irse, Mariano se ha despedido de su mentor y protector, el también cebuano D. Benito Claudio de Hernán-González. Este noble criollo de origen español, que tanto en su vida privada como en su acción política ha sufrido tristísimos reveses, vive ahora refugiado en sus libros y en sus escépticas reflexiones. Había sido nada menos que miembro del impopular y ahora disuelto Partido Federalista, favorecedor de la anexión a los EE.UU., mas no por oportunismo, sino por convicción en los grandes ideales norteamericanos de progreso y democracia. Una serie de decepciones políticas le hace ver que los representantes coloniales de la Poderosa República no vienen de buena fe a Filipinas. No le convencerá, pues, el hecho ulterior de la emisión de la Ley Jones, con la que el gobierno americano, tratando de acallar el clamor popular, afirma disponer a Filipinas para una eventual independencia. De esta manera, con el mismo escepticismo bendice a Mariano en su partida para Europa, no sin recordarle al joven el racismo y el imperialismo de la nación que se apresta a defender, al tiempo que le manifiesta sus dudas sobre las intenciones americanas respecto a Filipinas. América, según él, es nación que se ha vuelto demasiado poderosa y que, tras arrebatar a España sus colonias, se afirma en el neocolonialismo:

¿Qué le falta a América? Nada, y sin embargo, teniéndolo todo, poder, riquezas, todo lo que puede satisfacer la vanidad de una nación, América priva de libertad a un pobre país pequeño y débil, que nada aprecia más en la vida que su misma libertad. Se ha portado lo mismo que el rico de la parábola de Nathán, que teniendo muchos bueyes y ovejas, cuando un forastero llegó a su casa, le obsequió no con las ovejas de su redil, sino con la única ovejita del vecino pobre y desvalido, de aquella criatura que "había crecido en su casa entre sus hijos" y era querida "como si fuese hija suya". (221)

Es decir, en la aplicación que Abad hace de la parábola del Libro de los Reyes a la moral de la situación histórica, Abad--a través del personaje de D. Benito Claudio--manifiesta su fondo de viejo "ilustrado" y venerador del legado hispánico: Filipinas es la ovejita (a la vez que Betsabé); España es el vecino pobre que la ha criado amorosamente (a la vez que es Urías), y Estados Unidos (o el rey David) sería el rico depredador. A su vez, D. Benito Claudio, con su dimensión moral, sería el trasunto del profeta Nathán.

Mariano Bontulán, ansioso de partir, por esta vez no comparte las ideas de D. Benito Claudio. Por otra parte, temeroso de que el posible llanto de su madre y su novia le disuada de su proyecto, marcha sin decir adiós a ambas mujeres, que quedan solas allá en la lejana provincia cebuana. Sabrán que Mariano no está en Filipinas sólo cuando, tras ser éste herido en heroica acción en el campo de batalla europeo, se reciba en la aldea el telegrama oficial.

Angustiadas, madre y novia deciden peregrinar a Opón para pedirle a la Virgen de Regla el restablecimiento y la vuelta del mozo. Naufraga el barco que las conduce al Santuario y son salvadas por la lancha de Mr. Moore, industrial americano de Cebú, pero "filipinizado." Él y su esposa--filipina--confortan amablemente a las pobres náufragas en su propia casa. Estando allí, a través de la radio aprenden todos con júbilo que la guerra ha terminado con victoria para los aliados.

Ascendido y con todos los honores de héroe, Mariano es repatriado. Al llegar a Manila va ante todo a ver a Don Benito Claudio, quien, aun alegre de volver a ver a su antiguo protegido, se muestra una vez más escéptico respecto a que la aportación filipina a la Gran Guerra pueda valerle a las islas el premio de la Independencia.

Mariano se casa con la amada novia que supo esperarle. Acepta un empleo en el Chronicle, periódico que dirige un tal Mr. Dogherty, amigo de Mr. Moore. Por estas épocas hay gran conflictividad social en el protectorado de Filipinas. El recrudecimiento de las actitudes colonialistas--personificadas en gobiernos militares como el del Gral. Wood--hace que dimitan de sus puestos representativos del pueblo eminentes filipinos como Laurel, Fernández, Osmeña y el mismo Presidente Quezón. Es entonces cuando, desde los editoriales de su periódico, Mr. Dogherty arremete contra los nacionalistas. Mariano, que ha ascendido al puesto de redactor y que recibe ya un decente salario, se siente traidor a su propio pueblo por cooperar en aquella prensa, sobre todo cuando Mr. Dogherty le pide que retoque--y aun escriba en nombre suyo--editoriales que afirman la incapacidad de los filipinos para el autogobierno y la democracia. Mariano sabe que, a través del sistema colonialista, el capitalismo extranjero manipula las leyes a su antojo, por ejemplo, arrebatando a las corporaciones locales los grandes bosques gomeros de Mindanao. Entretanto, la causa patriótica--merced a la corrupción y el soborno de los políticos locales--sufre derrota tras derrota. La prensa que se atreve a denunciar claramente los hechos es censurada y multada onerosamente.

Por fin el joven linotipista, recordando el sentencioso decir de su viejo maestro D. Benito Claudio, duda ya del valor del hecho de haber ido a Europa a luchar por el bien de una humanidad que ahora le parece irredimible. Al parecer, el noble pueblo americano ha olvidado las promesas de libertad que un día hiciera a Filipinas.

Por otra parte, el colonialismo ha traído, entre otros males, un consumismo que endeuda peligrosamente. Mariano siente en carne propia los tentáculos del "pulpo" capitalista. A duras penas consigue deshacerse del automóvil que había comprado excediéndose en sus posibilidades y cuyos plazos empezaban a angustiarle.

Un día, por fin movido por el pundonor, el joven tipógrafo se decide a despedirse de la redacción del Chronicle y de Mr. Dogherty. Éste lo lamenta, pero se ve en la necesidad de asegurar a Mariano que, mientras América continúe necesitando su colonia filipina por razones geoestratégicas y mercantiles, irá al mismo tiempo preparándola con filantropía y altruismo para el advenimiento de una democracia a la americana. Mariano se alegra de dejar a aquel cínico, y a pesar de la negrura de lo porvenir, se siente orgulloso y feliz de haber cumplido como ciudadano filipino. En ningún momento había él dudado que el pueblo, en su ideal de emancipación, se mantenía incólume e indestructible aun en medio de su ignorancia. Era como una especie de instinto libertario, albergado en los pliegues más arcanos del alma popular, como lámpara votiva que ardía perpetuamente en todos los pechos" (43).

No obstante, bien por delicadeza para con Mr. Dogherty, quien le ha beneficiado hasta entonces, bien por conciencia de clase aún deficiente, Mariano quiere irse sin revelar a los colegas las causas del voluntario despido. Sabe que en la coyuntura vigente el hecho podría provocar un problema de considerables dimensiones laborales y políticas. Y en efecto, así ocurrirá, cuando la prensa rival deduzca y publique las causas de la cesantía del trabajador Mariano Bontulán, otra vez héroe, pero esta vez malgré lui. La Unión de Tipógrafos decreta una masiva huelga contra los periódicos americanos, huelga que amenaza con convertirse en serio y generalizado conflicto independentista. En un instante, Mariano se coloca en la cima de la notoriedad. Reconoce humildemente que le falta densidad ideológica para el inopinado estrellato social, pero en esto recibe la visita de D. Benito Claudio, su viejo mentor, quien le aclara las ideas respecto al valor de su actitud, a la vez que le pone en guardia contra los amenazadores agentes del "pulpo" del retencionismo colonialista.

En esto muere la madre de Mariano, sin saber que su hijo está despedido. Antes, ha revelado a éste un bello sueño, en el que le augura protección desde el cielo. De esta manera, cuando todo parecía más negro, la Providencia actúa: el director de un gran periódico nacionalista, La Independencia, llama a Mariano para que se haga cargo de sus servicios de imprenta.

Entre tanto, frente a los redoblados ataques de la prensa pro-imperialista, que propugna se retenga la colonia, los dos grandes partidos filipinos olvidan sus diferencias y firmando una declaración solidaria constituyen un Consejo Supremo Nacional suprapartidista, lo que parece confirmar la unión entre el pueblo y sus caudillos. Un día de 1921, la prensa anuncia que el 22 de Febrero, llamado en el calendario oficial "Día de Washington," ha sido escogido por el Consejo Supremo Nacional como Día de Oración por la Independencia de Filipinas":

Bajo la espléndida alegría de aquella mañana primaveral, mientras el sol, semejante a una gigantesca hostia de oro, se levantaba sobre las montañas luzónicas, Monseñor Bustamente elevaba al cielo la plegaria de confianza de un pueblo de once millones de habitantes, rogando al Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob mirase con ojos benignos la causa de la libertad por la que aquellos cristianos de Oriente habían luchado por más de cuatro centurias."

Así, con tonos bíblicos una vez más, la novela se cierra equiparando la causa de Filipinas a la vicisitud histórica del pueblo hebreo. Ambas naciones, Israel y Filipinas, cautivas en la historia, no dejarán de caminar determinadamente hacia el ideal de la libertad. El autor pone fin a su narración cuando dicha libertad--en el plano real--era todavía tanto una insatisfecha expectativa cuanto una ferviente esperanza. Una Filipinas asiática y católica que, habiendo entrado en la modernidad con los próceres intelectuales de fines del XIX y su lucha contra España, quería ahora caminar hacia su plenitud de conciencia como nación en el mundo y opuesta al neo-imperialismo materialista.

La oveja de Nathán, de título como hemos visto simbólico, envuelve experiencias históricas que el autor recrea y reorganiza para servir a su tesis central: el anhelo de los filipinos por su independencia, sobre todo a partir de las cláusulas vagamente autonomistas de la Ley Jones. El tema se ilumina con la elevado tono moral de los discursos de D. Benito Claudio, representante del legado hispano de hidalguía en la síntesis espiritual de Filipinas y su moderna conciencia como nación. Hay otros temas e ideas secundarios, como la situación moral y social del país durante la época de protectorado americano. Tal ambiente, reproducción exacta y verosímil del que rige en la realidad a la hora de producirsela novela, muestra las actitudes populares frente al imperialismo de Washington y el colaboracionismo arribista de politicastros locales. Es decir, se trata de algo más que un mero escenario, ya que determina la acción y el pensamiento de los personajes en virtud de la tesis general.

Los personajes están bastante bien caracterizados, casi siempre indirectamente, por palabras y acciones. Se mueven en un ámbito del mejor costumbrismo realista y dinámico. Algunos de ellos sugieren seres de la historia real filipina. Por ejemplo, en D. Benito Claudio se pueden colegir rasgos de la personalidad tanto de Pedro Alejandro Paterno como de Trinidad Pardo de Tavera, próceres realmente históricos: abolengo, carisma, prestigio social, rectitud, juventud y estudios en Madrid, anfitrionismo y filantropía con los compatricios, pertenencia inicial al federalismo anexionista y ulterior desengaño respecto a las intenciones de los americanos, etc.

Como otros muchos mestizos españoles, cuando las corrientes de las modernas ideas soplaron hacia Oriente y exigieron de España reformas radicales en el gobierno de sus colonias, Don Benito, que entonces sólo contaba veintiocho años, se unió al clamor de los filipinos. En Madrid se hizo amigo de Rizal y fundó con él aquella colonia de filipinos laborantes que, de su pobreza, sacaron a la luz el glorioso periódico reformista "La Solidaridad."

De entre los estudiantes que vivían entonces en Madrid, Benito Claudio era quien recibía la pensión más jugosa y munífica. Sus padres, dueños de numerosas fincas en Manila y en grandes haciendas de la provincia de Pampanga, le pasaban una subvención mensual de sesenta duros, con los que él se daba una vida de príncipe [...] y convidaba una vez al mes a sus paisanos al Café Suizo [...] era la bolsa de Benito Claudio la que se vaciaba para acorrer a las necesidades del paisanaje hambriento y sin recursos. (32)

Y por supuesto, los caracteres no son estáticos, sino constantemente motivados por los sucesos. Como hemnos dicho, D. Benito Claudio, al comprender que el pueblo jamás querrá la anexión a EE.UU., no sólo abandona el Partido Federalista, sino que llegará a cuestionar el pretendido altruismo de los republicanos de Washington. El personaje de Mr. Moore llegará a convertirse en un buen filipino, al menos en cuanto a integración cultural se refiere. En cuanto a Mariano Bontulán, héroe principal, comienza por ser un sencillo tipógrafo de juveniles preocupaciones sociales e intelectuales, se convierte luego en héroe de guerra al participar en la campaña aliada en Europa y, vuelto a la patria, llega a caer casi sin querer en el colaboracionismo--por los editoriales que le encarga Mr. Dogherty--para, al final, anteponer su fidelidad a la nacionalidad y el ser filipinos.

En cuanto a la trama o acción, viene ésta presentada artísticamente, sin secuencia cronológica, i.e. por fragmentación de cuadros, cada uno de ellos correspondiente al marco vital de cada uno de los personajes principales y secundarios. Empero, dichos cuadros se conectan hábilmente--por interrelaciones de los personajes--recreando un microcosmos de todo punto filipino, es decir: multirracial, multicultural, cosmopolita, donde todos los elementos tienen perfecta funcionalidad y cometido en la realización de la trama. Por ejemplo, no debe llamar la atención el hecho, en sí, de que el personaje de Mariano posea tan vasta información y sentido de lo planetario, pues es cosa de todo punto verosímil en la ilustrada y humilde clase de los linotipistas de cualquier latitud, quienes siempre han sentado plaza de revolucionarios por verse profesionalmente obligados a la constante y minuciosa lectura (y "re-lecturas," en sentido crítico) de noticias e ideas. Al mismo tiempo, esto convierte a Mariano en sinécdoque de la conciencia filipina de nación en el mundo, antes de que EE.UU. procediera a la emancipación en 1948. Otros cuadros, documentales y costumbristas como la peregrinación al Santuario de Opón o el referido al industrial Mr. Moore y su familia hablan respectivamente del ambiente rural de la provincia cebuana en aquellos años o del grado de integración de algunos extranjeros--en especial los norteamericanos--en la variopinta sociedad manileña.

En cuanto a los aspectos técnicos de la narrativa, el autor presenta la realidad de aquella Filipinas de los años 20 mezclando su omnisciencia con el contrapunto dialógico de los personajes. Don Benito Claudio es el catalizador de la tesis novelada; para él, Filipinas es una bella simbiosis cristiano-malaya amenazada por el materialismo americano. Mariano, en su convicción de que América también debe contribuir a aquella simbiosis, sirve de contrapunto a las opiniones de Don Benito Claudio. La Providencia--no nombrada, pero colegida en hecho o encarnada en personajes cual el director de La Independencia salvando a Mariano de su cesantía y crisis económica--actúa como verosímil elemento del desenlace.

El lenguaje se complace en lo narrativo y en los largos parlamentos, con extrema prodigalidad tanto en antecedentes históricos cuanto en circunstancias contemporáneas a la acción. (Por ejemplo, el capítulo II recrea la fascinante historia del Gobernador Dasmariñas, y sus relaciones con los reyes de Siam, Cambodge y Sinua, para dar cuenta del activo papel que España y Portugal desempeñaron en la diplomacia extremo-oriental del siglo XVII). Por tanto, con la rica narrativa de Antonio M. Abad jamás desmayará el interés de quien busque informarse acerca de la historia y del pálpito de aquella sociedad hispano-filipina y de su forma de nacionalidad, desaparecidas hoy.

La oveja de Nathán puede inscribirse a justo título en el orden de las grandes novelas de trasfondo histórico y dominación extranjera, cual I promessi sposi, de Alessandro Manzoni, relato que no pasaría desapercibido a Abad a la hora de escribir el suyo. En efecto, cual en la saga manzoniana, Abad también presenta la situación de lazo afectuoso existente entre la madre y la prometida del héroe, el papel salvador de la Providencia, los problemas de causalidad moral, etc.

El vocabulario es apropiado, elegante y rico, y quedan oportunamente explicados o contextualmente aclarados los filipinismos. La sintaxis es clara y moderna, a la vez que amaestrada en sumo grado. Es precisamente este aspecto lingüístico el que hace que, en este próximo Centenario del mutis de España en las islas magallánicas, la novela despierte en el lector sentimientos tristemente idílicos. Nos referimos a una lengua que, habiendo existido una vez perfecta, vigorosa y con carácter de medio social informativo y culto, naufragó para siempre en lo que fue la Oceanía española. Si la unidad territorial y la unidad religiosa que los filipinos recibieron de España hubieran de considerarse como valores positivos en la construcción de la nacionalidad, francamente es de lamentar que, hasta el presente, el país carezca todavía de la unidad linguística que pudo haber tenido con el español.

Tras la I Guerra Mundial, la batalla del español estaba ya perdida. El golpe definitivo no fue la propaganda anti-hispánica, ni la coerción, ni la imposición del inglés como lengua de la administración, ni hacer del inglés el medio indispensable de promoción social, sino más bien lo que Ortega llamaría el "ascenso del nivel de las masas." Con anterioridad a la depresión de 1929 se extendería por todo el archipiélago una bonanza económica debida al fabuloso incremento de las exportaciones de copra, abacá, tabaco, café, cacao, caucho y azúcar. Esto hizo que se disparara la demografía. Los siete millones de habitantes que dejó España en 1898 se convertirán en dieciocho a finales de la II Guerra Mundial. Manila pasó de 200.000 habitantes a un millón y medio (hoy, sólo la capital cuenta con 17.000.000). En aquel maremagnum de etnias semialfabetizadas en inglés, la voz "ilustrada" se fue haciendo cada vez más imperceptible. El pueblo volvía a sus lenguas nativas, sin tampoco apasionarse demasiado por el inglés. El inglés que se habla hoy en Manila es como el que se pueda hablar en Singapur o en Seul: es decir, no por resultado de una colonización cultural y humanista, sino por la necesidad existente en aquellas latitudes de conectarse con el mercantilismo planetario. Y por supuesto, no sería aventurado afirmar que Filipinas, en la actualidad, ni en inglés ni en ninguna de las lenguas nativas ha producido todavía una literatura con la densidad de ideas, la riqueza de géneros y la corrección expresiva de aquella literatura en español que se hiciera en época de los "ilustrados" como Antonio M. Abad.

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OBRAS CITADAS:

Abad, Antonio M. La oveja de Nathan. Manila: Editorial La Opinión, 1928.

Constantino, Renato. History of the Philippines: from the Spanish Colonization to the Second World War. New York and London: Monthly Review Press, 1975.

Gurrea, Adelina. A lo largo del camino. Madrid: Círculo Filipino, 1970.

Zaide, Gregorio F. Philippine Political and Cultural History. Volume II. The Philippines since the British Invasion of Manila: Philippine Education Company, Revised Edition, 1957.


El español en Filipinas

Por Antonio Fernández Pasión

Estaba en un bar con unos amigos latinoamericanos, cuando un español que estaba al lado de nuestra mesa, al oir que hablábamos en español, se acercó a nuestro lado y se dirigío a mí y me preguntó --¿Es usted filipino?--

--Sí--, le dije.

-- Pues qué sorpresa que usted hable el español. Todas las personas con quienes he hablado en Manila, ninguno hablaba el español. Cuando me dirijía a un filipino, me contestaba en inglés.-Hablo con otra persona y me contesta en español. ¡Qué extraño!--

-¡Qué le vamos a hacer, amigo-- le dije. --No todos los filipinos hablan el español.--

--Hombre, parece mentira que el pueblo no hable el castellano--me dijo el pobre hombre.

--Es que las masas filipinas nunca hablaron el español- -le dije.

--Eso sí que no entiendo.-- me dijo el hombre que se acercó.

--Pues, sí amigo, --le dije. --El español es solo un triste recuerdo. Pero no ha muerto.--

--Pero, qué extraño,-- me dijo.

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Esta es la que siempre contesto cuando me preguntan cómo está el idioma castellano en Filipinas. Y es un tópico en que tengo que relatar su grandeza y después su lenta agonía.

Al salir del bar, yo decía por mis adentros: --¿Ha muerto el español en Filipinas?--

"Puede ser.", como lo había dicho en un discurso que pronunció en 1965 don Emeterio Barcelón de la Academia Filipina que hacia el final se preguntaba:

"¿Morira el español en Filipinas? Puede ser. Quedarán gloriosas ruinas en todos los dialectos del país; ¡cuántas voces de hispánica raíz!"

¿Se había equivocado el señor Barcelón al hablar de la pérdida del castellano? No, ciertamente que no. Había dicho la verdad con la respuesta de "puede ser" con respecto a la pérdida del castellano. Pues, el señor Barcelón mantenía ante los demás la idea de que el español no ha muerto porque todavía se queda la herencia linguística de España en Filipinas a traves de las múltiples lenguas nativas filipinas.

Este mismo lo había dicho un escritor y otro académico filipino de la lengua, don Enrique Fernández Lumba (q.e.p.d) que al dirigir a este tema sobre la realidad halagadora de la aportacíon hispánica, dijo lo siguiente en uno de sus ensayos:

"Las huellas imborrables que el castellano ha dejado y seguirá dejando en nuestras lenguas vernáculas, principalmente en la lengua nacional que está desenvolviéndose hasta ahora en torno o sobre el tagalo... La aportacíon del hispanismo al tagalo es grande."

Según Barcelón, "la lengua tagala es una mezcla del castellano y el tagalo." En 1968, Barcelón dió una muestra de lo que había dicho al escribir sobre la suerte del castellano en Filipinas. Aquí van parte de lo que dijo entonces:

"Y al hablar de la pérdida del castellano no me contradigo; porque cuando hablo de esa pérdida me refiero al lenguaje literario o al castellano como unidad linguística hablada en su totalidad. Porque en otro sentido, puede afirmarse, sin temor de que se nos pruebe lo contrario, que el español no puede morir en Filipinas, por la sencilla razón de que se ha infiltrado, por así decirlo, en el tagalo y otros idiomas vernáculos del país."

Afortunadamente y gracias a Dios, el castellano vive y pervive gracias a los hispanistas filipinos que todavía se quedan y profesan devocíon al idioma castellano trabajando con ahinco por su conservacíon y difusíon en Filipinas.

Es oportuno tambíen señalar, que no siendo un país hispanohablante, Filipinas tiene aún una Academia de la Lengua Española, formada en 1926, para "afianzar el mantenimiento del español o ayudar a su desarrollo."

A esto hay que agregar el crédito que debemos dar a los que todavía sostienen hasta ahora la prensa en castellano en Filipinas que con mayor sacrificio siguen publicando períodicos y semanarios en español tales como Nueva Era y El Nuevo Horizonte.

¿Vale, pues, la pena ocuparse del español? ¿Y por qué no?


HORACIO DE LA COSTA Y LOS RASGOS DEL NACIONALISMO

Por Edmundo Farolán Romero

Horacio de la Costa fue el Director de la Compania de Jesus de Filipinas. Terminó su doctorado en historia en la universidad de Harvard en EE.UU. Fue también profesor de la Universidad Ateneo de Manila y primer decano de esa universidad.

Ha escrito varios libros sobre la historia filipina. Su libro Background of Nationalism and other essays es una compilación de ensayos sobre los orígenes, el crecimiento, y las implicaciones del nacionalismo filipino.

El libro es un estudio importante de la relación entre el nacionalismo y la identidad filipina. Trata de la importancia de la historia filipina para llegar a un profundo entendimiento del nacionalismo filipino y su identidad histórica.

Según de la Costa, la idea del nacionalismo es un concepto occidental. Los países orientales nunca se preocuparon del problema del nacionalismo. Cuando Filipinas abrió sus puertas al Oeste fue en ese momento histórico cuando la idea del nacionalismo surgió:

...nationalism properly so-called is of relatively recent origin, the product of a particular stage in the political development of the West.

Los escritores filipinos durante el movimiento propagandista en los mediados del s. XIX empezaron a darse cuenta de que el nacionalismo era un poder, un instrumento para librarse del estado colonial de Filipinas. Rizal y su grupo reformista fundaron los claves del nacionalismo filipino en su lucha contra el colonialismo a pesar de que, ironicamente, España fue el vehículo de este grupo en alcanzar sus ideales.

It was therefore providential that by being incorporated into the Spanish empire, Filipinos were given the opportunity of learning these ideas from the same perennial teacher from which the Western nations learned them, name the Church.

De la Costa sigue comentando que sin España, no hubiésemos sabido nada de la idea de <nación>.

Those who see nothing in Spanish rule but unrelieved evil might ponder the fact that before the coming of the Spaniards, the Philippines was simply a geographical exxpression; an archipelago; it was by first becoming a colony that it became a nation.

Es decir, sin España, no hubiésemos pensado en el concepto de la libertad y la idea de una nación independiente. De la Costa insiste en la misma línea de pensamiento de Maeztu sobre Rizal , o sea que la posibilidad de percibir la conciencia nacional y la determinacion de hacer algo en relación con ella fue producto de nuestra experiencia colonial.

Aunque la revolución contra España dio lugar a un cambio de colonizadores, de la Costa ve los beneficios de estar bajo los EE.UU. por las <<instituciones democráticas>> que hemos aprendido de ella y que ahora empleamos en nuestro sistema de gobierno, aunque recientemente, han habido cambios desde la dictadura de Marcos.

Historia y la cultura filipina

La cutura filipina como ya se sabe es bastante compleja. Se desarrolló no como los otros países de Oriente sin influencia del occidente, sino por <<el cultivo y elaboración de orígenes autóctonos>>. Mientras la cultura china quedó completamente cerrada y aislada del mundo exterior, nuestra cultura fue fruto de contínua influencia de Europa y Asia. Y estas influencias no fueron pasajeras sino interpenetradas, inculcadas y asimiladas en la cultura qhe ahora se llama filipina.

Our cultural borrowings from abroad did not long remain in their original state among us. They were not merely deposited oone on top of the other like successive layers of sediment, each remaining perfectly distinct from and unaffected by the others. To put it quite simply, these intrusive cultures did not only do something to us, we did something to them. We assimiated them, changing as all living beings do, what was originallly foreign substance into our own.

En vez de adaptarse a estas culturas extranjeras, de la Costa subraya que las hemos hecho nuestras, asimilándolas y cambiando su sustancia extranjera, haciéndolas propiamente nuestras. Por ejemplo, la arquitectura española de las iglesias coloniales es hispánica sólo en su comienzo, en su inspiracion inicial; los misioneros españoles emplearon a los artistas chinos y filipinos en construirlas, y estos infundieron a la arquitectura española algo propiamente suyo, quiza por un motivo decorativo o por un estilo nativo propiamente suyo en el proceso de la construccion de la iglesia, resultando entonces en algo que no era espanol ni chino ni sudeste asiático, sino una integración de estos tres estilos,  es decir, algo propiamente filipino.

Citando otros ejemplos, de la Costa habla de las canciones propiamente filipinas, los kundiman con fuertes rasgos españoles, casia andaluces en su música melancólica. Otros productos de la cultura nacional son el corrido, moro-moro, fiesta, todas manifestaciones del catolicismo del pueblo. Nuestros escritores contemporáneos en inglés o en español suelen tener un estilo que no se denomine español ni norteamericano, aunque con fuertes influencias de ambos; es filipino.  Un ejemplo es el artista nacional Nick Joaquin, con su obra inmortal Portrait of an artist as a Filipino con temas muy hispanofilipinos pero escrito en inglés. Otro ejemplo linguístico es la insercion de palabra tagalas e españolas (que es muy comun) en poesia en inglés escritas por poetas filipinos. No es común en español el uso de oraciones con yo (yo tengo, yo me voy), aunque no es incorrecto pero es idiosincratamente filipino, común a los hablantes y escritores filipinos. Los tagalismos en las novelas de Rizal, aunque escritas en español, son proyecciones del filipinismo de una hispanidad propiamente filipina.

A vital and vigorous culture, our own, has taken what was in the beginning a foreign form or model and transformed into something not found elsewhere...something, in short, Filipino. We are thus led to the conclusion that while our national culture has developed by the addition of foreign elements, this has not been a process of mere accretion, but one of intussusception, of assimilation into a living organism with a form and spirit of its own.

De la Costa ataca la idea falsa de muchos que se llaman "nacionalistas" porque se confunden entre "indígena" y "nacional", es decir, intercambian las palabras "indigena" y "nacional". Nuestra cultura nacional no es la cultura que hemos tenido en el principio; es la cultura que hoy tenemos. Y la que hoy tenemos no es la cultura que teniamos en el principio sino la que hemos hecho nuestra con varias influencias intermezcladas. Es esta totalidad y sólo esta totalidad, con todas sus partes complejas y estructuras diversas, la que debiéramos llamar, con mucho derecho, la cultura de los filipinos.

Tocando el aspecto historico, de la Costa se dirige a los historiadores filipinos:

In the first place, we must get rid of the idea that the task of reinterpretation--of interpreting correctly what his predecessors interpreted wrongly--is merely the task which faces the historian today. It is sometimes said that the trouble with Philippine history is that it was written first by foreigners--Spaniards or Americans--and then by Filipinos who adopted uncritically their foreign point of view...Philippine hisotry is almost exclusively "Europocentric" and this is what is wrong with it. It ought to be "Filipinocentric", and the present job of the Filipino historian is to make it so; to reinterpret it from the Filipino point of view rather than from the Spanish or American.

Mucha de nuestra historia esta escrita por extranjeros; es menester una reinterpretatción para hacerla mas filipinocéntrica en vez de europocéntrica o noreteamericocéntrico. De este modo pudiéramos llegar a una verdadera comprehension de la verdadera hisoria filipina y en fin, nuestra identidad. De la Costa acentúa la importancia del pasado cuando dice:

The fact is that much of what happened during the revolution, and much of what is happening even today, cannot be completely understood without reference to our past, and ofeten to our remote past. The roots that maintain a peculiarly stubborn sort of life in many of our distinctively Philippine social institutions go very far back indeed. If then we want history to make its proper contribution to the understanding of our culture, we must set no arbitary limits to the range of historical research, but permit the historian to wander happily about the large and very untidy lumber room which is his peculiar domain.

Es verdad que la historia de un país juega un papel clave en el estudio de cualquier aspecto de su vida contemporánea. Aun en una sencilla pregunta como ¿por qué soy asi?, es inevitable la palabra "pasado". Siempre contestamos con un cierto tono, "quizás en el pasado, hice esto o lo otro y por ello ahora soy asi". Filipinas en su presente totalidad es su historia, y la contextura de su historia es clave para el "quien soy yo" pregunta, una pregunta eje de la búsqueda de la identidad filipina.

Las ideas politicas de Rizal

El pasado consiste en exponer las ideas de aquellos héroes filipinos que escribieron con el propósito de hacer algo "heroico", algún sacrificio para su patria. Rizal en sus escritos sobre el nacionalismo intenta descifrar este significado en el contexto de la identidad filipina:

...What did Rizal understand by nationalism? There is no question but that he meant by it first and foremost, sacrifice. The true patriot is he who is ready at all times to forego his personal and private advantage in order to advance the welfare of his people. The common good of the nation is a fine thing; it is a precious thing: but like all fine and precious things it has an exorbitant price. That price is sacrifice, and the true patriot is he who is willing to pay that price; to pay it "sin dudas, sin pesar", that is to say, without thinking twice about it, and without calculating the cost.

Pero no debiéramos tomar todo lo que escribió Rizar como el evangelio. Para apreciar a Rizal, es menester analizar sus deficiencias y de ese modo comprenderíamos sus ideas mejor y  con más objetividad.

Rizal superadora la cultura prehispánica de Filipinas no tan desarrollada como él pensaba. Según sus escitos, la conquista española destrozó la cultura indígena y la sustituyó por una cultura extraña.

El hecho es que no se destrozan culturas de una manera tan fácil. Al contrario, la influencia de la cultura española indudablemente modificó nuestra cultura indígena y la aumentó con elementos completamente nuevos--la cristiandad, por ejemplo. Decir que la destrozó es una afirmacion excesiva.

Cuando los filipinos recibieron la cultura española, la hicieron propiamente suya, una cultura distinta y muy diferente de que la llevaron los españoles. Aun Rizal, si estuviera vivo, admitiría esto. En primer lugar, ¿cómo podríamos considerar la cultura filipina como "esencialmente filipina" si, en realidad, son préstamos de las culturas de India, China, Indonesia, Malasia, etcetera?

La conquista española fue violenta y destructiva, es verdad, pero con ella vino lo positivo:

No one questions the fact that the Spanish conquest of the Philippines was violent and destructive, as all conquests must be, and that the subsequent colonial rule was in many ways oppressive and repressive. But it is going beyond the evidence to argue from this, as Rizal seems to do, that the Spanish period of our history was an almost completely negative interlude : a state of suspended animation; a kind of dark age which contributed nothing to the enrichment or development of our national culture. The cultural value of Christianity is pretty generally admitted even by those who do not believe in it, and our debt to Spain in this regard is asobvious as it is profound.

Rizal concedió mucha importancia al amor propio del filipino, germen después de la conciencia del nacionalismo. Pero fue la acción de España la que influyó en este despertar al filipinismo; y Rizal consideró la influencia española, en este sentido, con un mínimo de importancia. Es indudable también que la colonización influye en los colonizados con un nacionalismo que se desarrolla, no en el sentido negativo de reaccionar contra los colonizadores, sino más bien en el aspecto positivo de producir movimientos separatistas con los mismos principios utilizados por los gobernantes. El separatismo de Quebec en la historia corriente es es un ejemplar que sigue este principio "colonizador-colonizado". Es decir que el colonialismo en el sentido contemporáneo se liquida a sí mismo.

Ramiro de Maeztu cuando escribió que Rizal no era pensador , pues, en cierto sentido, fue correcto porque en verdad, Rizal no pudo descifrar objetivamente el concepto del nacionalismo en el sentido arguido en el parrafo arriba. Rizal fue emocional, demasiado metido en el fuego del nacionalismo en vez de la idea correcta del nacionalismo. Su fuego patriótico, normal para un joven como el, muerto a una edad temprana de 32 anos, casi parallelo al martirio y muerte de Jesucristo o de Che Guevara casi a la misma edad, fue resultado de un romanticismo de esa época, es decir, el nacionalismo histórico europeo, aumentamos aquí, la educación clásica bajo los jesuitas , además de sus estudios y viajes por toda Europa:

...it was through the mediation of Spain in part that the ideas of human equality, civic freedom and the rule of law, ideas Hellenic and Christian in origin, became an integral part of our national culture. One does not have to read very extensively in Rizal and his associates to realize that their rejection of colonialism had for its theoretical base not an Asian but a Western world view.

La responsabilidad del escritor en la sociedad contemporánea filipina

En el último número, hemos visto que Romulo ,al dirigir sus palabras a la juventud filipina, destaca la importancia de la prensa. Inspira a los escritores universitarios a que escriban y publiquen sus ideas con el fin de cristalizarlas en los anales de la historia de Filipinas como guia después a las generaciones venideras. De la Costa es más enfático cuando dice a los escritores filipinos que el escribir es una obligación, un deber a la sociedad filipina. Refiere particularmente a los historiadores filipinos que deben escribir la historia de Filipinas y reinterpretarla de una manera filipinocéntrica para, en fin, llegar al eje de la identidad filipina por nosotros mismos.

Es menester preguntar cuestiones como: ¿Tenemos nosotros los filipinos, como pueblo, una experiencia común, una identidad cultural? ¿Hay algo filipino en la diversidad cultural que hemos absorbido de los malayos, indonesos y otros pueblos asiáticos? ¿Que identidad cultural existe en el filipino con las influencias asiáticas y occidentales que se han interpentrado en nuestra cultura?

Según de la Costa, estar en medio de lo occidental y oriental es una situación incómoda:

This makes us profoundly uncomfortable. It is only natural that it should. We feel that we must belong somewhere, and that this shold be where we belong both geographically and racially. We must be Asians; and yet we cannot get around the fact that both the form of government and the legal system under which we have elected to live are Western; that our two principal religious faiths, Christianity and Islam, originated in the West; that our art forms are heavily influenced by Western models; that we are far more familiar with Plato than with Confucius, with Shakespeare than Mahabharata; and that when we have anything to say of some complexity, something requiring both precision and nuance of statement, we are compelled to say it in a Western tongue.

Parece lamentable esta situación de que habla de la Costa, que los filipinos, geográficamente asiáticos, son occidentales en lengua, en cultura, en diferentes modos de ser.

Los nacionalistas "falsos", como describiría con mucha razón el hispanista y académico filipino, Guillermo Gomez Rivera, defenderían el hecho de que los filipinos debieran ser más asiáticos, y que la identidad filipina tiene su verdadero fondo en el substrato malayo, y si se nos despojamos de esta diversidad cultural, llegaremos a nuestra verdadera identidad cultural.

Pero, ¿es esta suposición aceptable? ¿No tiene más sentido nuestra identidad basada en nuestra diversidad? ¿Por qué es necesario ser asiático u occidental? Es peculiar y contrario a la opinion general, pero ¿qué es lo que nos impide ser occidente y asiático a la vez? ¿Por qué defender la actitud aristotélica de que todas las cosas debieren ser en un orden ideal cuando en realidad, las cosas no están siempre en orden?

Tendríamos que enfrentarnos con la situaciona actual en lo que somos y en cuanto vivimos: una nacion de orígenes malayos, estructurados socialmente en un modelo básicamente indonesio, con mucha infusión de sangre y actitudes chinas, pero con herencia cultural en parte española y en parte anglosajona. Los filipinos somos todo esto.

El problema de la identidad aún no esta resuelto, aun aceptando la diversidad como esencia de nuestra cultura, porque la diversidad se opone evidentemente a la identidad. ¿Pero es posible obtener esta identidad por una síntesis de los elementos de nuestra diversidad? Muchos aseguran que, en nuestro caso, no sería posible porque lo que pasaría despues es caernos en un tipo de esquizofrenia, o una enfermedad de sicosis mental por haber retenido tantas culturas diversas; y hay aquellos que creen que la sociedad filipina se encuentra en el momento actual con esta enfermedad.

¿Es posible una sintesis? Y si es posible, ¿como obtenerla? De la Costa responde:

The only way to achieve it is to live it, and live it consciously. It is to our writers that we must look first and foremost, for that gethering of all our diverse cultural strain in one common remembered experience. This means that they must have long memories, memories reaching back to the origins of our society. For we are what our past has made us; we must know it to know ourselves. Nor can this knowledge be merely academic, a dull affair of dates and scholarly footnotes. It must be a vital knowledge; an experience imaginatively relived; in the celebrated phrase of Michelete, a "resurrection of the flesh". The facts, the bare bones of our history, these we may safely trust our historians to collect; but only our writers can bring them to life again.

La objetividad es siempre clave y obligatorio para cualquier escritor, y en particular a los escitores e historiadores filipinos. Es fácil caer en la subjetividad, en un nacionalismo emocional igual que Rizal y Bonifacio. No es propio ver la historia filipina desde el punto de vista española o norteamericana porque estos hisoriadores occidentales escribieron para sus países. En realidad, es difícil ser objetivo.  Ahora bien. Si pudiésemos llegar a esa madurez que todavía no llegamos a entender porque encima del caos y los debates emocionales sobre cómo ver la historia filipina en una luz objetiva, caemos en un abismo de ciega emoción, cuando en realidad, el historiador objetivo debiera seguir el camino de la verdad. La búsqueda de la verdad, la busqueda de la identidad verdadera filipina, en una historia objetiva.

Y en las palabras del jesuita de la Costa, ésta es precisamente la funcion del escritor--buscar la verdad y comunicarla, comunicar la experiencia pasada:

It is the function of the writer as artist to provide his community with a special kind of pleasure through the medium of speech. This pleasure consists in the sharing of remembered experience, and through the sharing, an increased awareness of what we are and should be, both individually and together. Here in the Philippines, the very richness of our social experience, the divesity of our cultural traditions, creates a problem of synthesis. This synthesis can be achieved, but only if our writers will enlarge our consciousness and refine our sensibility so as to embrace and apprehend not only our present but all our past. Only thus, by discovering what we have been, will we arrive at some measure of understanding what we are and what we may yet be.