ISSN 1496-4538

Una Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina
Tomo VIII No. 3 Invierno 2004/05
Director:
Edmundo Farolán


ENSAYISTAS HISPANOFILIPINOS

En los últimos años del s. XIX, surgió el movimiento propagandista con una generación de ilustrados filipinos que se fueron a España para pedir reformas  políticas para Filipinas.  Entre ellos sobresalieron José Rizal, Marcelo del Pilar, y Graciano López Jaena.  Presentamos en este número fragmentos de los ensayos que escribieron , en particular, para la revista La Solidaridad publicada en Barcelona entre 1890 a 1895. EF

JOSÉ RIZAL

Epistolario

(En 1892, Rizal decidió volver a Filipinas desde Europa. Conociendo a Rizal, que quería tomar riesgos, este paso fue muy peligroso por parte de él. Ya se publicó su Fili, su segunda novela, donde el caracter central advocaba la revolución contra los colonizadores. Ciertamente, Rizal sabía que iba a ser arrestado y sentenciado a la muerte por sedición. En este epistolario que escribió en Hong Kong el 20 de junio de 1892 [Epistolario IV, 346-347], Rizal explica las razones por las cuales se motivó a hacer esta peligrosa decisión.EF)

A los filipinos

El paso que he dado ó que voy a dar es muy ariesgado, sin duda, y no necesito decir que lo he meditado mucho. Sé que casi todos están opuestos; pero sé también que casi ninguno sabe lo que pasa en mi corazón. Yo no puedo vivir sabiendo que muchos sufren injustas persecusiones por mi causa; yo no puedo vivir viendo a mis hermanos y a sus numerosas familias perseguidos como criminales; prefiero arrostrar la muerte, y doy gustoso la vida por librar á tantos inocentes de tan injusta persecución. Yo sé que por ahora, el porvenir de mi patria gravita en parte sobre mí; que, muerto yo, muchos triunfarán, y que, por consiguiente, muchos anhelarán mi perdición. Pero, ¿qué hacer? Tengo mis deberes de conciencia ante todo, tengo mis obligaciones con las familias que sufren, con mis ancianos padres, cuyos suspiros me llegan al corazón; sé que yo solo, aun con mi muerte, puedo hacerles felices, devolviéndoles á su patria y á la tranquilidad de su hogar. Yo no tengo más que á mis padres; pero mi patria tiene muchos hijos aún que me pueden sustituir y me sustituyen ya con ventaja.

Quiero, además, hacer ver á los que nos nieguen el patriotismo, que nosotros sabemos morir por nuestro deber y por nuestras convicciones. ¿Qué importa la muerte, si se muere por lo que se ama, por la patria y por los seres que se adora?

Si yo supiera que era el único de apoyo de la política de Filipinas, y si estuviese convencido de que mis paisanos iban á utlizar mis servicios, acaso dudara de dar este paso; pero hay otros aún que me pueden sustituir, que me sustituyen ya con ventaja; más todavía: hay quienes acaso me hallan de sobra, y mis servicios no se han de utlizar, puesto que me reducen á la inacción.

He amado siempre á mi pobre patria y estoy seguro de que la amaré hasta el último momento, si acaso los hombres me son injustos; y mi porvenir, mi vida, mis alegrías, todo lo he sacrificado por amor á ella. Sea cualquiera mi suerte, moriré bendeciéndola y deseándole la aurora de su redención.

MARCELO H. DEL PILAR

La soberanía monacal

(En 1888, del Pilar publicó Diariong Tagalog en el que denunciaba los abusos y malas prácticas en las iglesias. Temió ser detenido por estos manifiestos contra los religiosos, y para evitarlo, emigró a España y allá publicó folletos en los que proponía reformas en la administración pública de Filipinas, atacando al mismo tiempo a las corporaciones religiosas. Se hizo cargo de La Solidaridad, un quincenario fundado por Graciano López Jaena en Barcelona, por cinco años, hasta 1895. Por falta de fondos,se tuvo que suspender su publicación. El siguiente fue uno de los artículos"anti-religiosos" que apareció en uno de los números de este quincenario. EF)

Tres siglos hace que la sangre de Legazpi y Sikatuna fue mezclada en una copa que ambos apuraron en señal de amistad, solemnizándose así el juramento de fundir en un sólo ideal las aspiraciones de España y Filipinas. Sin embargo, el tiempo ha transcurrido sin consolidar dicha fusión; y sí, sólo se ha fortificado el predominio de los conventos que convirtieron las islas en colonia de explotación monacal.

Nadie desconoce la historia de las rebeliones del fraile contra las primeras autoridades políticas y religiosas del archipiélago. Nadie desconoce tampoco la muerte alevosa de los unos, a coacción ejercida en los otros y las amarguras de todos aquellos que en el gobierno del país osaron sobreponer a los conventos los intereses de la patria ó de la religión católica.

La impunidad de los elementos de la rebeldía produjo la más triste persuasión de que España había abdicado de su soberanía en favor del monaquismo filipino.

Importa por tanto disipar este error. Triste es concebir que el pensamiento de Carlos V y Felipe II, los esfuerzos de Magallanes y Elcano, las penalidades de Villalobos, la prudencia y valor de Legazpi, los sacrificios de Salcedo, Lavezares, Goiti y otros hayan servido de pedestal para el entronizamiento de las comunidades monásticas. Interesante período atraviesa en estos momentos el pueblo filipino; y habiendo manifestado ya su pensamiento repulsivo hacia los frailes, creemos llegada la hora de fijar la atención en las aspiraciones que en su seno palpita.

Su porvenir, por una parte, y por otra, la actitud de China, del Japón, y otras naciones que desde Europa y Asia, tenían fijas sus miradas en el mapa de la Oceanía, ofrecen al pensador graves consideraciones que, acaso, se deban aprovechar con tiempo para prevenir y conjurar futuras dificultades.

La paleta de Luna revivió el recuerdo del Pacto de Sangre entre Legazpi y Sikatuna; y los filipinos no podían mirar sin dolor la poderosa ingerencia del interés monacal que, impidiendo toda corriente de paternidad entre España y Filipinas, dificultaba la fusión de intereses que para uno y otro pueblo simbolizaba el solemne juramento.

Como Filipinas, España aspira, sin embargo, a esta identificación; en los mares de China, allí lejos de los arsenales de Europa, el aislamiento peninsular sólo fomentaría el desenvolvimiento de las aspiraciones extranjeras que rodean el archipiélago filipino.

Pruebas tenemos de que en las angustias coloniales de España, el pueblo filipino se hizo siempre solidario de las glorias e infortunios de su madre patria.

A raíz del pacto de sangre, no vaciló en derramar la suya por derrotar a Limahong; consumó grandes sacrificios por sofocar el alzamiento de los chinos; expuso su pecho a las balas inglesas por la bandera española; dio sus recursos para conjurar el peligro de las Carolinas, y en los actuales momentos de la historia filipina, no escatima su vida por defender el mismo pabellón en los campos de Joló.

Pero ante tantas pruebas de lealtad, el fraile impone al gobierno su preponderancia, y la impone con el pretexto de conjurar la traición del pueblo filipino.

El país va compendiendo la injuriosa significación de la preponderancia monacal; y lamentando la ceguedad del gobierno, deplora el sacrificio que hace de sus intereses para pagar un elemento destinado a calumniar y envenenar su sentimiento nacional, conquistando para Filipinas el desamor a España.

El pensamiento de repulsión que para tan pernicioso elemento se agita en Filipinas, tiene su justificación en la actitud de España, de Francia, y de todas las naciones que expulsaron de su seno a los frailes en defensa de su tranquilidad y progreso.

Si la madre patria no los quería para sí, ¿por qué los querrá para sus hijos?

El monaquismo es cosmopólita, no tiene patria, no es español, y sostener su prepondrancia a costa del elemento popular, sería exponer a muy dura prueba el sufrimiento del pueblo filipino....

GRACIANO LÓPEZ-JAENA

En honor de los artistas Luna y Resurrección Hidalgo

(López-Jaena hizo este discurso en honor de los artistas Luna y Resurrección Hidalgo cuando fueron premiados en la Exposición universal de Paris por sus pinturas Spoliarium [Luna] y Las vírgenes cristianas expuestas al populacho [Hidalgo]. En este discurso, compara la pintura de Luna al sufrimiento del pueblo filipino. EF)

Si en la historia se ha negado civilización a los antiguos pobladores de aquel país, ¿qué extraño, señores, que en ella se consignara también, como un axioma indiscutible esto de que la raza indígena de aquel archipiélago no alcanza el nivel de las facultades intelectuales europeas ni es susceptible de civilización?

¡Qué aberración! Pero el pincel de Luna y la paleta de Resurrección han dado una vez más una prueba irrecusable que la capacidad y el genio no son patrimonio exclusivo de las castas que se titulan superiores y que blasonan de depositarias del poder intelectual, de su desenvolvimiento y de las civilizaciones.

Spoliarium y Las vírgenes cristianas expuestas al populacho son la expresión de los lamentos y ayes que exhalan los pechos de esta raza sobre cuya vabeza ha pesado largo tiempo el estigma de preocupaciones injustificadas.

Hora es ya, pues, señores, de que pensemos seriamente en el porvenir de aquel tan hermoso cuanto desgraciado suelo, encomendado en las manos menguadas de la intransigencia y gobernado por el poder tiránico de las desigualdades y desafueros.

Permitidme, señores, que os trace en breves palabras el estado actual de aquel país, en su vida política y social.

¡Ay!...este suspiro que de mis labios brota espontáneamente, os da a conocer lo lamentable de su situación. Figuraos un pueblo devorado por el nepotismo y las concupiscencias de la burocracia; ahogado por los desaciertos de la política autocrática semi-absoluta, y atropellado por los desafueros de la teocracia intolerante, prostituida y liberticida que mantiene con más afán que nunca, la división de razas, contraviniendo de esta suerte al generoso aliento de la madre España, cuyas leyes para con sus colonias saturadas eran siempre del espíritu unificador.

He ahí, pues, condensada en pocas palabras, la situación política del pueblo filipino.

Por esos, señores, al contemplar el cuadro de Luna, por encima de esas formas de lo terrible, por encima de esas formas de lo terrible, por encima de ese conjunto de horrores que me presenta a la vista una escena de barbarie, siento un algo más allá que me conmueve, ese algo que se pierde en la mente del artista y que el pincel carece de fuerza para transmitirlo al lienzo.

Para mí, señores, nada temáis que con el aliento de mi tosca palabra empañe el magnífico cuadro de Luna; para mí, repito, si hay algo grandioso, sublime, en el Spoliarium, es que al través de esos coloridos estampados en la tela, flota la imagen viva del pueblo filipino gimiendo sus desventuras. Porque, señores, Filipinas no es más que un Spoliarium verdad, con todos sus horrores. Allí yacen en todas partes despojos; la dignidad humana allí escarnecida; los derechos del hombre hechos girones, la igualdad masa informe, y la libertad, pavesa, ceniza y humo.

Si es verdad, pues, señores, que las colonias tienen derecha a la vida, velemos por el bien de aquellos pueblos; llevemos algo del derecho moderno, algo de la libertad a aquellas hermosas regiones, que aunque no son del continente ibero, son una porción de tierra española.

Es preciso tener en cuenta que hoy, en este siglo del progreso, no se domina a los pueblos invocando a Dios en los labios y con el fuego de la Inquisición en la mano, sino que se gobiernan en nombre de la razón, en nombre del derecho, en nombre de la libertad.

Como decía ha poco el Sr. Rizal, en su elocuentísimo brindís: ¿Qué hace un pedazo de tela roja y amarilla, allí donde no brota un sentimiento, unidad de pensamiento, y concordancia de opiniones? Y a esto añado yo: ¿Qué hace gobernar en nombre del fanatismo, si al fin y al cabo, se derrumba todo ello por las corrientes civilizadoras extranjeras?

Urge, pues, llevar a nuestras provincias ultramarinas todas las conquistas, todos los adelantados de la política moderna, y como decía Sr. Labra otro día en el Congreso: "No llevando allí enmiendas ni reformas superficiales, sino implantando los principios de la moderna cultura y libertad..."