Una Mirada Alternativa a la Historia Colonial Filipina

Liz Medina

Los cuatro siguientes capítulos fueron inspirados inicialmente por la lectura de A Short History of the Philippines (Una Breve historia de Filipinas) de Teodoro Agoncillo, y mis estudios sobre la historia chilena en la Universidad Pontífica de Chile.

Agoncillo fue el historiador filipino más importante de la época de posguerra (1946 en adelante). Hoy su obra es el foco de cuestionamiento por generaciones nuevas de mirada más crítica y exigente, que han percibido elementos en la obra de Agoncillo que denotan cierta tendencia a la interpretación ligera y un tratamiento claramente teñido por su formación durante la época filipino-norteamericana.

Siento profundo respeto hacia nuestros historiadores: fue gracias a su trabajo que adquirí la oscura conciencia en mi época estudiantil del carácter dramáticamente trunco de la historia de Filipinas, y en este sentido considero que cumplieron fielmente con lo esencial de su labor.

Sin embargo, cuando al cabo de muchos años de ausencia de Filipinas y ocho años de residencia en Chile, leí el texto de historia filipina que llegó a mis manos por casualidad, se me hizo patente que algo había en la mentalidad de su autor que lo distanciaba de la cultura hispana, del pasado hispanofilipino: su cultura norteamericana, que se manifestaba en la aplicación de imágenes y conceptos culturales al pasado que nada tenían que ver con el mundo desaparecido de aquel archipiélago, colonia española plurisecular.

Que intentaba entender contenidos de una cultura pasada con otra que venía de su futuro. Entonces me di cuenta que aquí había una mezcla de miradas que resultaba en una pérdida, o al menos en un desdibujamiento que no debía ser. Por lo tanto, decidí intentar rescatar la perspectiva hispana, escribiendo un análisis de cómo se podría escribir sobre la época hispanofilipina desde el emplazamiento cultural de quien poseyera experiencia vital, conocimiento histórico y comprensión cultural del mundo hispanoamericano.

Es así que al escribir estos capítulos me propuse realizar el siguiente experimento: leer Agoncillo sin limitarme a recibir sus palabras en actitud pasiva, sino que, más allá de simplemente leerlo, atender a cómo pensaba, a cómo transformaba la distancia entre él y la historia que describía e interpretaba, para identificar dónde se producía una transposición de contenidos culturales indebida porque la ausencia de la imprescindible sensibilidad cultural hacia el mundo contenido en el subtexto del relato no permitía al intérprete acceder a un nivel de entendimiento y exégesis más profundo.

En otras palabras, lo que hice fue hacer un sondeo mental de las múltiples dimensiones que influencian cómo los libros de historia son escritos, dimensiones que constituyen un filtro sutil entre nosotros y el significado de un acontecimiento histórico.

Al detectar la presencia de ciertos elementos que constituyen dicho filtro, podría entonces intentar penetrarlos y conectar con el relato a un nivel más profundo y "menos oficial".

Me proponía un ejercicio que me parecía novedoso y simpático, que era: abordar la historia de Filipinas como si fuera un ente con el cual podía trabar una relación comunicacional. Quería "comunicarme" con la historia sin la intermediación de la época norteamericana y los contenidos que, me daba cuenta, no pudieron sino interponerse entre nosotros, los filipinos del futuro, y nuestro propio pasado pre-estadounidense.

Más que simpática en verdad, la idea me emocionaba. ¿Qué iría a descubrir?

Sin saberlo, intentaba aplicar la mirada hermenéutica al trabajo de Agoncillo para tamizar de su descripción más o menos pulcra del acontecer histórico, lo que a mí me parecía eran contenidos culturales propios de la mentalidad y paisaje de formación de su autor y que, por lo tanto, tenían una gran probabilidad de ser ajenos al auténtico transcurrir del pasado hispanofilipino.

No se trataba de una tergiversación de los hechos históricos, sino de un sutil distanciamiento sicológico y emocional que producía en los estudiantes de historia un registro difuso de vacío y desarraigo interior, creando una condición de debilidad de conciencia histórica, que luego hubo que apuntalar y rellenar forzosamente con otras cosas, porque no puede haber grandes lagunas entre los contenidos de conciencia.

Dichas dimensiones que puedo individualizar son: la formación cultural y generacional del escritor-historiador; la traducción e interpretación que dicha formación impone cuando el historiador consulta fuentes y vuelve a elaborar la información recabada; y los cambios de visión que ocurren en varios momentos o etapas de la transferencia del conocimiento, vale decir: durante el tiempo que transcurre entre la génesis de un acontecimiento histórico y el momento cuando el historiador efectivamente escribe sobre él; después de que sus escritos son leídos por sus alumnos, o sea, la generación receptora; y a medida que nuevos historiadores surjan de las filas de esta última para llevar a cabo a su vez su propia investigación, agregando un nuevo eslabón a la cadena que incluirá su visión generacional.

En el caso particular de la historia filipina, dentro de los últimos cien años el pueblo filipino experimentó un pasaje dramático desde una mentalidad y forma de vida a otra, y nuestros historiadores han debido estudiar y escribir sobre estos dos paisajes culturales –aquel de Hispanofilipinas (que abarcó el tiempo histórico de 377 años) y el de Filipinas norteamericanizado (en tiempo histórico 45 años pero hablando desde la perspectiva cultural, su influencia ha perdurado hasta el presente, entonces se puede afirmar que el período norteamericano ha tenido una extensión de casi cien años, desde 1901 hasta 1999).

Nuestros historiadores no experimentaron el primero y, debido a su formación según el canon educacional norteamericano, carecen de una sólida preparación en el idioma castellano y una formación nula o cuasi nula en historia española y latinoamericana.

Asumir la tarea de escribir y enseñar sobre un proceso histórico (el hispanofilipino) que representa la mayor parte del proceso histórico de un país, sin un conocimiento profundo de su paisaje cultural, uno significativamente distinto al paisaje de formación del historiador, no podía sino resultar en la transmisión de una imagen histórica marcada por la falta de profundidad y difusa sensibilidad cultural.

Sobre todo dado el hecho de que hasta hace poco la historia se concebía como una presentación monolítica, ‘objetiva’ de hechos y sucesos, en que la aplicación de una perspectiva sicológica era considerada irrelevante o prejudicial para un tratamiento rigoroso.

Sin embargo, me parece que la inclusión del punto de vista sicológico y cultural en historias de pueblos colonizados es vital para que las naciones ex colonias puedan comprender su pasado, iluminando los cambios de mentalidad y significados culturales que se originan con la colonización de unos pueblos por otros.

De otro modo, como ha ocurrido en nuestro caso, la narrativa externa, desprovista de matices, de la procesión de colonizadores (‘hoy aquí, mañana no’) que ocuparon nuestro espacio geográfico y relato histórico, o el cuento de ‘libre un minuto y anexo el siguiente’ de nuestro pasaje de la colonización española a la norteamericana, no puede sino crear un estado de enajenación y confusión íntima en los estudiantes de historia filipina. Tal fue mi caso.

Quizás 30 años atrás no había tanta necesidad de un enfoque culturalmente sensible como éste en un mundo donde había mucho menos intercambio de contenidos culturales entre los países, en que las fronteras eran claramente establecidas.

Hoy las fronteras entre las culturas han sido borradas por el transporte moderno, la televisión y las telecomunicaciones; las instituciones, religiones, los sistemas sociales, políticos y religiosos se encuentran en todas partes en crisis; y los problemas que antaño podían ser fácilmente ignorados ya no pueden ser pasado por alto, sobre todo la pobreza mundial y la destrucción del medio ambiente.

Un enfoque global sobre nuestra historia es hoy el más útil para los filipinos, a quienes, a pesar de hallarnos dispersos en todos los países, nos preocupan y de alguna manera seguimos vinculados a los problemas que afronta Filipinas.

Por otro lado, desde la perspectiva de los filipinos que siguen en nuestra tierra, una nueva conciencia de las historias de otros pueblos que si bien están físicamente alejados están emparentados con nosotros por el destino, y el inicio del diálogo con ellos pueden sin duda sugerir nuevas respuestas y originar actitudes distintas frente a los viejos prejuicios, obstáculos y dilemas.

Este enfoque no pretende ser el mismo que suelen aplicar los escritores-historiadores –y es por esto que creo no invadir su campo de especialización sino más bien complementar su trabajo—de énfasis en la investigación pura y la erudición. La información aquí presentada está fácilmente asequible; no he descubierto nuevos datos.

Lo que sí ofrecen estos escritos es otra manera de abordar la información recogida, que creo se diferencia radicalmente del modo en que se acostumbra presentar y abordar la temática histórica.

Estos escritos ofrecen una manera distinta de abordar los datos que han arrojado tales obras, un enfoque que no está fácilmente disponible y que consiste en reflejar sobre la historia desde una sensibilidad literaria, y aplicando al estudio histórico ideas provenientes del campo de la sicología transpersonal, con el objeto de humanizar la historia, llevándola desde el ámbito del conocimiento puro hacia el de la sabiduría humana.

Es un punto de vista que me parece útil en vista de la singularidad de nuestra historia. Somos un pueblo que se formó a lo largo de dos experiencias sucesivas de imposición abrupta y traumática de visiones del mundo y culturas radicalmente diferenciadas sobre una primitiva (en el sentido de "primera"), indígena.

Nuestra segunda transculturación importante sucedió sólo hace 100 años, lo cual en términos de tiempo histórico es como decir que sucedió ayer. Este hecho hace menester una traducción a fin de facilitar le integración de contenidos –en otras palabras, la integración mediante la comprensión profunda—del pasado, que no es otra cosa sino la piedra angular del proceso síquico de nuestro pueblo.

De hecho, el proceso de integración se ha ido dando en nuestro inconsciente colectivo, fuera de nuestra conciencia racional. Sin embargo, se trata de una cuestión complejísima y dejarla al azar equivale a empobrecernos.

Para los filipinos, integrar nuestro pasado constituye una empresa educacional y cultural de considerable peso. La herencia cultural de enajenación y desorientación es hoy un lastre cargado por muchos millones y nuestra conciencia colectiva sufre de una tremenda dispersión de energía y pérdida de visión futura en consecuencia.

Es posible que la labor de integrar el pasado no constituya una función propia de nuestros historiadores, sino de nuestros artistas. Al mismo tiempo, sin embargo, me parece necesario que este asunto sea abordado de manera explícita por los historiadores y escritores filipinos, debe ser estudiado, y traducido en las palabras, en el diálogo, en el debate, siquiera porque de por sí es un tema fascinante.

En América Latina el encuentro entre dos culturas y mentalidades ocurrió hace 500 años y está relegado ya a la memoria antigua, aunque sus consecuencias siguen ejerciendo fuertes presiones sobre sus sociedades de modos tales que sus escritores, poetas, artistas, filósofos y científicos sociales intentan dilucidar y comprender infatigablemente.

En nuestro caso, aquel encuentro está lo suficientemente cerca en el tiempo como para abordarlo y directamente luchar y dialogar con sus aspectos difíciles, para así esclarecer muchas otras luchas en todos los campos del quehacer nacional que nos desafían y aquejan. En todo caso, mal no nos puede hacer.

Esta reflexión sobre la historia llevada a cabo desde una perspectiva literaria-sicológica no pretende ser libre de valores porque ninguna propuesta humana puede escaparse del planteamiento valórico. Cualquier postura que afirme ser libre de valores sigue siendo una propuesta a favor de la ausencia de valores como base del pensamiento.

Considero la ausencia de valores inoperante como fundamento de cualquier actividad humana que sea digna de ser llamada como tal. Este trabajo afirma los valores esencialmente filipinos de la compasión, la coexistencia pacífica y la defensa de la dignidad personal y colectiva.

Dado que nuestra historia ha sido tristemente plagada de crímenes en contra de éstos valores, perpetrados tanto por nuestros conquistadores como por aquellos entre nosotros quienes han replicado el ejemplo del tirano contra sus propios hermanos, ningún trabajo serio de reflexión sobre la historia filipina puede evadir la cuestión de lo que tantas veces el Dr. José Rizal denominó como "la redención moral" de Filipinas.