PERMANENCIA Y PERSPECTIVAS DE LA HISPANIDAD EN FILIPINAS

Manuel Montoya, Universidad de Bretaña Occidental  (Francia)

--Ang dî lumingón sa pingánggalíngan ay dî makaráratíng sa paróroonán.( Refrán filipino)

No tendríamos que confundir anticolonialismo filipino (a propósito del cual no debemos olvidar de citar las grandes figuras históricas y emblemáticas de Rizal, de Bonifacio, de Mabini y de tantos otros) y antihispanismo. O sería equivocarse de combate y, desde un punto de vista nacionalista filipino y de manera gravemente enajenada y enajenante, aceptar y adoptar el profundo y xenófobo antihispanismo norteamericano que oculta todos los racismos del mundo. Esas mismas grandes figuras del patriotismo filipino de las que acabo de hablar, que pertenecían todas a la clase "ilustrada", rechazaron la sociedad de los Frailes, no a Cervantes. Es significativo, por cierto, que la primera Constitución e incluso el Himno nacional filipino se hayan redactado en castellano. Numerosos fueron y son los intelectuales que nos ofrecen un testimonio de ese apego a la cultura española; y quiero recordar aquí el nombre de la maravillosa maestra de escuela Librada Avelino del Centro Escolar de Señoritas (hoy el Centro Escolar University) que no temió, en 1913, jugándose la carrera e incluso la vida, oponerse al Vice-Gobernador General del ejército de ocupación norteamericano, Newton Gilbert. Numerosos son también los autores que actuaron de tal manera. El gran poeta filipino Jesús Balmori, muerto en Manila en 1948, ha escrito el 25 de julio de 1939, un poema bajo forma de carta que quisiera recordar porque traduce bastante bien, me parece, la actitud de toda una generación. Dice así:

      Querido amigo: se trame lo que se trame
      y se legisle y ore y se cante y se ame,
      en toda Filipinas, mientras alumbre el sol,
      se seguirá escribiendo y hablando en español.

      No hay peligro que muera el castellano idioma
      sobre el tallo en que un día floreciera fecundo.
      El pueblo lo conserva como un precioso aroma,
      y con él se perfuma ante Dios y ante el mundo.

      Triunfará sobre el cálculo y la ruín amenaza
      y se hará en nuestros labios ritmo, de gloria, eterno.
      Lo defienden los hombres más aptos de la raza,
      y lo guardan las leyes más justas del gobierno.

      No existe valor patrio a su valer análogo.
      Ni late en nuestra historia otro motivo igual.
      En español Mabini redactó su Decálogo
      y en español cantando, dio su vida, Rizal.

      Puedo decir, henchido de orgullo soberano,
      que bajo el exotismo de nuestra vida extraña,
      en Filipinas se habla y escribe en castellano
      como se escribe y se habla en España.

      Luciendo hasta cegar su clámide suntuaria,
      marchará el español bajo arcos triunfales,
      mientras cincele Briones su prosa lapidaria,
      y cante Bernabé sus versos inmortales.

      Es el verbo que se hace pálida luz de luna
      cuando hombres y mujeres van del amor en pos;
      el verbo con que Recto deslumbra la tribuna,
      y Monseñor Guerrero habla en nombre de Dios.

      Es la seda primorosa con que la sampaguita
      el seno de la virgen del terruño engalana,
      y es el santo rosario que ofrece la abuelita
      cuando se hace la noche filipina y cristiana.

      ¿Cómo vas a extinguirte, dulce idioma español?
      ¿Cómo vas a dejarnos, romancero de amores?
      ¡Si has de morir, será cuando se muera el sol,
      cuando no queden pájaros, ni mujeres ni flores!

      Cuando la voz de Cronos, con acento apagado,
      resuene señalando una nación en ruinas:
      "¡Aquí existió un país florido y encantado,
      que en honor de Felipe se llamó FILIPINAS!"
                

Este testamento poético y profético a la vez no se realizó sino parcialmente. El idioma español ha recibido por algunas razones, por razones bajunas de "cálculo mesquino" como lo recuerda Balmori, rudos golpes. La deshispanización ha sido preparada magistralmente, debemos reconocerlo, por los que los intelectuales filipinos y más particularmente el gran escritor y académico Guillermo Gómez Rivera, llaman los "WASP usenses", tan pronto como los Estados Unidos desencadenaron la guerra contra la joven Primera República Filipina de los Aguinaldo y los Luna, no temiendo aquellos de exterminar entre 1898 y 1907 la séptima parte de la población del Archipiélago (un millón y medio de muertos entre una población de 9 millones), como no teme recordarlo un propio historiador norteamericano, James B. Goodno en su libro The Philippines: Land of Broken Promises, publicado en Nueva York en 1998.

En 1902, en el momento de la firma que establecía la paz entre los independentistas filipinos y el gobierno de los Estados Unidos, el idioma español, enseñado y estudiado en todas las escuelas, colegios e institutos, hablado por gran parte de la población filipina desde hacía más de tres siglos, parece "tener" que imponerse como idioma oficial, de la misma manera que se había impuesto en América Latina después de las guerras de independencia de principios del siglo XIX, así como después de las guerras de Cuba y de Puerto Rico, contemporáneas de la de 1896 en la "joya del mar de Oriente" como llamara José Rizal a su querida patria en su maravilloso Mi último adios. Pero varios fenómenos hicieron esta oficialidad de la lengua más o menos difícil:

- primero la tardía decisión de hispanizar en profundidad al Archipiélago por parte de la sociedad de los Frailes que, para cristianizar las islas había preferido hacerlo, como ya lo habían hecho con éxito evidente en América Latina, recurriendo a los idiomas autóctonos. Sola la élite estaba verdadera y seriamente hispanizada.

- luego la élite filipina, profundamente antiyanqui, creía que la coexistencia del español y del angloamericano, únicamente reservado al dominio de los negocios y a veces de la administración, iba a permitir que fuera el castellano el idioma de la cultura y de la comunicación entre todas las islas del archipiélago.

- por fin el trabajo de deshispanización brutal ejercido por parte de los americanos que no temieron eliminar a los little brown brothers, los hispanofilipinos, por medio de un verdadero genocidio comparable al realizado por ellos con "sus autóctonos", los red skins, acabó por aportar sus frutos. Numerosos son los edictos americanos que tienden a despojar el español de su estatuto privilegiado. Esta substitución del español por el angloamericano se efectuó primero en la escuela primaria, luego en la secundaria, por fin en la Universidad, hacia los años 20, incluso en la más que venerable Universidad de Santo Tomás, fundada por los españoles nada menos que en 1619.

Este ataque contra el español provocó una reacción extraordinaria por parte de las élites filipinas: el doctor León María Guerrero, Enrique Mendiola, Mariano Jócson, fundador del Colegio de Manila, Rosa Sevilla de Alvero, fundadora del Instituto de Mujeres, Ada Avelino de quien ya he hablado, etc... Entre 1920 y 1930, por ejemplo, se publicaron más de 200 periódicos en español. Hoy, para comparar, no quedan más que dos publicaciones: Nuevo Horizonte y Nueva Era. En 1929, el año del crac de Wall Street, se fundó la Academia Filipina de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. En 1934, hace tan sólo setenta años, el español no era únicamente el idioma de la élite social e intelectual sino también del poder judicial, de los edictos gubernamentales, del colegio de Médicos y Farmacéuticos y de las Sesiones de la Asamblea Parlamentaria. A las tesis que estaban a favor del anexionismo proamericano, se oponían periodistas, escritores, universitarios, etc... que querían conservar y promover el idioma y la cultura hispánica. De esa época son el Casino Español y la fundación Zóbel de Ayala que organiza desde entonces numerosos certámenes literarios importantes. Edmundo Farolán, que obutvo este prestigioso premio en 1981, nos hablará luego de toda esta literatura hispanofilipina o filhispana como parecen preferir llamarla los filipinos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la República projaponesa de 1941 va a acentuar esa aculturación hispánica ya emprendida por los Estados Unidos, aunque dándole un sentido contrario, hacia un asiatismo igual de agresivo y feroz. A pesar de las buenas relaciones que existían sin embargo entre Japón, miembro del Eje y la España facista de Franco, se suprimieron todas las publicaciones en español y se destruyó una cantidad importantísima de obras escritas en castellano. El trabajo efectuado por los frailes españoles en las Américas con los textos escritos en nahuatl, en guaraní, en mayense, en quichua, etc, parecería irrisorio al lado del efectuado por los japoneses y los colaboracionistas filipinos. El nativismo o el indigenismo que emerge entonces, complicado más tarde por cierto pensamiento marxista profundamente anticolonialista o postcolonialista, y por ende antiespañol, querrá negar -lo que no hicieron los latinoamericanos como José Martí en Cuba, por ejemplo- la realidad del peso hispano, negándose a otorgarle sus letras de nobleza a la cultura y al idioma español, a pesar de ser triseculares (333 años de presencia efectiva) y acusará a las élites hispanizadas de colaboracionismo sin darse cuenta que caían bajo el peso de un yugo más grave, que nada tenía que ver con su pasado, el norteamericano.

En 1944 tendrá lugar otro genocidio. Con el propósito de aniquilar el Estado Mayor japonés instalado en Manila, la aviación norteamericana, practicando sin duda ya sus "bombardeos quirúrjicos" que iban a conocer un gran mañana en Vietnam o más recientemente en Iraq, redujo la hermosa ciudad colonial de Intramuros, residencia de la intelligentsia hispanizada, a un montón de ruinas y de escombros humeantes entre los que desaparecieron centenares de obras literarias, plásticas y cinematográficas hispanofilipinas. Ciento cincuenta mil filipinos murieron durante dichos bombardeos. El filipino Guillermo Gómez Rivera escribe a tal propósito:

      Se tenía que hacer otro genocidio más para que los filipinos
      de habla española desaparecieran de una vez por todas. Por eso se
      hizo el aterrizaje de MacArthur y sus fuerzas en Manila para que, so pretexto
      de una batalla, desaparecieran más filipinos de habla española,
      como así se logró, juntamente con la destrucción de
      Intramuros y de todas sus cercanías. Manila resultó ser la
      ciudad más destruida y masacrada después de Varsovia.
                

Las consecuencias fueron funestas en efecto cara a una posible consolidación ulterior de carácter hispánico de la sociedad filipina. Manila fue enteramente repoblada con elementos heteróclitos que procedían de otras regiones de Luzón, de Mindanao, de Palawan o de otras partes que no habían sido nunca hispanizadas.

En 1972, la nueva Constitución establecía como única lengua oficial el pilipino (especie de interlengua con fuerte base tagalog) y el angloamericano, aunque establecía una Comisión ad hoc para que se tradujeran las grandes obras del pasado hispánico. Es catastrófico pero también es una manera implícita y no confesada de reconocer por esta forclusión del español, que hasta esa fecha no existía ninguna obra digna de tal nombre que no fuera escrita en la lengua de Kastila. Los legisladores Pascual B. Azanza, Enrique Magalona y Miguel Cuenco, lograron incluir la enseñanza regular del español en todo el cursus de los estudios secundarios pero en 1987, la Constitución dictada por Cory Aquino lo anuló so pretexto de rendirla simplemente "optionnal and voluntary".

Los colegios que optaron por el español se vieron obligados entonces por la CHED (Comission on Higher Education, Comisión de Educación Superior) a abandonar completamente esta enseñanza en virtud del decreto de la CMO. 59 S. de 1996. Actualmente no se encuentra enseñanza del español más que en algunos colegios privados de Manila. Por suerte, en la Universidad, el número de estudiantes en español no cesa de aumentar día tras día, quizá para expresar cierta reacción frente al imperialismo cultural norteamericano, quizá para reivindicar unas raíces más profundas que las que les ofrece Coca-cola o McDonald. Existe una nueva esperanza con la actual presidenta Gloria Macapagal Arroyo que habla corrientemente el castellano y es miembro de la Academia Filipina de la Lengua. ¿Podrá corregir la aciaga Constitución de Corazón Aquino para la lengua española? Así lo deseamos y si tal es el caso diré, como lo escribía en 2001 Guillermo Gómez Rivera: "Mabuhay, Gloria Macapagal!"

El mismo Guillermo Gómez Rivera, de la Academia Filipina de la Lengua, me escribía hace poco, para expresarme la necesidad de un arranque de energía con el fin de oponerse al sabotaje sistemático oficial de todo lo que es hispánico que sufren los filipinos desde 1924, y para decirme las dificultades que tenía, por las mismas razones, como tantos otros escritores, para publicar sus propias obras en su propio país. Por ejemplo su libro Con címbalos de caña, una joya de la literatura ya no sólo filhispana, sino de lengua española, permanece en sus cajones. Me decía también la importancia de reunir fuerzas, con Instituciones Hispanas, el Instituto Cervantes y entidades iberoamericanas dispuestas a colaborar con ellos. Cierto es, se traducen en angloamericano las grandes obras de los autores hispanofilipinos (Rizal, Benigno Mayo, etc...) pero ya no se editan en la lengua en la que fueron escritas y quienes más ensalzan los nombres de los padres de la patria y la independencia filipina son hoy incapaces de leerlos en el idioma en que aquellos prohombres labraron el nacionalismo filipino.

Lo cual es una vergüenza! Hoy no existe en Manila, por ejemplo, una sola librería española! No es únicamente la culpa de los americanos o de los filipinos desmemoriados. Los españoles no hicieron muchos esfuerzos, las sociedades de Hispanistas del mundo entero tampoco. Espero que este acto sea un acto fundador. Así es como lo veo por lo menos. Con la ayuda de nuestros amigo filipinos, de los grandes escritores como mis amigos Edmundo y Guillermo (él mismo, hijo del gran novelista Guillermo Gómez Windham), pero también de Federico Espino Licsi, de Benigno del Río, de Mariano Loyola, de Francisco Zaragoza, de Fernando de la Concepción, de Flavio Zaragoza Cano, de Mauricio Pimentel, de Ildefonso Alcántara, de Nilda Guerrero Barranco y de otros más jóvenes como Edwin Agustín Lozada. Ninguna civilización puede tener un porvenir si ha perdido la memoria de su pasado o si acepta, sin plantearse preguntas, la memoria o el imaginario que otros han querido forjarle. Y esto es tan verdad en las Filipinas como en Francia o en España. Recordaba en introducción un refrán tagalog que rezaba esta misma verdad que tendríamos que labrar en nuestras mentes con letras de fuego.

Por eso propongo dentro del marco del Departamento de Lenguas Románicas de la Universidad de Bretaña Occidental de Brest:

- de colaborar con las revistas en línea (rechacemos lo de on-line) que existen ya: Revista Filipina dirigida por mi estimado colega, Edmundo, pero también Kaibigan Kastila, Guirnalda Polar, etc...

- de abrir nuestras revistas universitarias, empezando por la que dirijo Amadis, a los autores y estudiosos filipinos.

- de publicar y hacer que publiquen a los autores hispanofilipinos (estoy trabajando desde hace unos meses en la traducción de la obra poética de Edmundo Farolán para una edición bilingüe que debe publicarse en Francia).

- de hacer que se conozcan y se lean estos autores.

- de estudiarlos y hacer que los estudien.

- de estudiar y de hacer que se estudie, al mismo título que la literatura, la historia y las civilizaciones latinoamericanas, la literatura, la historia y la civilización filipina. ¿Qué razón coherente puede existir para hablarles a nuestros estudiantes de Español de Quetzalcoatl, de Coatlicúe o de Huitzilopoxtli y no de Tambug, Iräw, Sägit, Äldäw o de los tandajag?

- de proceder a intercambios de estudiantes y profesores de Brest y de Filipinas de los Departamentos de Lenguas Románicas claro está, pero también de geología, geografía, ciencias del mar, medicina, etc...

- de considerar en un primer tiempo, una abertura al Doctorado con la creación de un Centro de Estudios de Literaturas Coloniales Hispanas al cual podrían asociarse, ¿por qué no?, los Departamentos de Literatura Francesa e Inglesa. Por literatura y civilización coloniales no entiendo las de las antiguas colonias sino las que siguen produciendo una literatura en lengua española de calidad a pesar de una nación, una administración y un estado que usa mayoritariamente de otro idioma. La principal será, claro está, la literatura filipina, pero pienso también en la literatura hispanomarroquí, hispanoguinea, hispanosaharauí, hispanogibraltareña, judeoespañola, y ¿por qué no recuperar también la literatura chicana (de lengua española) de la que se apoderaron los anglicistas y que no figura tampoco en ninguna Historia de la literatura española, como no figura la literatura hispanofilipina que desapareció totalmente, en un no man's land literario, entre la literatura hispanoamericana y la literatura española? La hispanofonía es algo que habría que inventar y promover al mismo nivel que la francofonía que ya es un hecho desde hace numerosos años con encuentros, coloquios, congresos, etc... a propósito de la literatura de quebéc, de Suiza, Africa, Bélgica....

Quisiera, antes de presentarles a Edmundo Farolán, terminar con algunos versos del poeta filipino Manuel Bernabé quien, en su poema La muerte de Don Quijote escribía:

      Porque el vivir de antaño y el de hogaño,
      está tejido con las cosas bellas
      del desengaño.
                

Que este desengaño no sea sinónimo de ruptura y responda al de la literatura barroca, que sea abertura a una conciencia del ser en movimiento, que sea señal de respeto del pasado, de vitalidad y de confianza en el porvenir y no de desilusión.

Durante los paseos nocturnos que hacía Edmundo Farolán, en compañía de su amigo Tony P. Fernández, sobrino del gran hispanista filipino, desgraciadamente desaparecido, Enrique Fernández Lumba de la Universidad de Santo Tomás, por la calles del Madrid de los años 60, y constatando la lenta agonía del español en las Filipinas, también llegaron a considerar la necesidad de reunir todas las energías posibles y buenas voluntades para permitirle al hispanismo filipino de seguir existiendo de otra manera que al estado larval en el que lo mantiene una administración fuertemente americanizada. Edmundo va a expresarse a este propósito pienso, como ya se ha expresado en numerosos artículos, numerosas obras entre las que cabe destacar su tesis La búsqueda de la identidad filipina, publicada en 1996. Tengo con Edmundo algunos puntos comunes que me le hacen más que cercano. Tengo, claro está un bisabuelo que fue a combatir a los americanos en las Filipinas en el cuerpo de lanceros (para salvaguardar el imperio español, ¡como no!), pero tenemos sobre todo, él un abuelo de Ronda y yo una abuela de la misma ciudad, y nuestros padres fueron ambos oficiales de aviación, el suyo durante la guerra contra Japón y el mío durante la guerra civil de España. Además compartimos el mismo amor a la poesía y más aún al idioma español que es nuestra patria chica común.

Edmundo nació en Manila. Es profesor de literatura y comunicación en la Universidad de Silesia (República Checa), es director de revistas en el internet, autor de ensayos y sobre todo, es escritor. Autor de libros de poesía entre los que algunos escritos en inglés, The Rhythm of Despair, (Manila, 1975; Oh, Canada! ( Toronto, 1994 ) y Bowling Green Chronicles ( Vancouver,1997), pero sobre todo en español con obras como Lluvias filipinas (Madrid, 1967), Tercera primavera (Bogotá, 1981), Nostálgica (Vancouver,1997), 2000 versos (Manila, 2000) y Nuevas poesías (Karvina, 2002). Es autor de numerosas obras teatrales en inglés y en español como Rizal que fue representada en Vancouver, de novelas cortas y de novelas como Palali, especie de novela autobiográfica en la que cuenta sobre tres generaciones los combates de su abuelo contra los americanos, de su padre contra los japoneses terminando por su propia experiencia como poeta errante, como "peregrino" gongorino en búsqueda de su identidad, recreando, reinventando los paisajes de su país natal para darse cuenta que finalmente su verdadera patria estaba en la poesía y en la lengua.

Paralelamente a este trabajo de creación, Edmundo Farolán ha producido numerosos ensayos como su tesis de la que hablé (La búsqueda de la identidad filipina (Madrid, 1966), su Antología del teatro hispanofilipino (Manila, 1983) y su Literatura Filipino-hispana: una antología (Manila, 1980), más los textos que se publican regularmente en la revista que dirige, Revista Filipina, así como en Guirnalda Polar (dirigido por el poeta y pintor mexicano José Tlatelpas) sobre poesía, teatro hispanofilipino, Rizal y su obra literaria, el chabacano, etc... Recibe en 1981 el prestigioso premio de literatura Zóbel y es nombrado en 1983 miembro de la Academia Filipina de la Lengua. No podemos olvidar tampoco su cargo, como profesor en varias Universidades, en Bowling Green, en Great Falls y San Francisco y ahora en la de Silesia, amén del hecho que fue entre 1978 y 1981 jefe del Departamento de Literatura española en la Universidad de la Ciudad de Manila. Citemos también su trabajo de traductor o de transcreador (término que prefiero) puesto que tradujo al tagalog la novela Don Segundo Sombra del argentino Ricardo Guiraldes, y obras teatrales de Antonio Martínez Ballesteros, Luis Matilla y otros dramaturgos españoles, al inglés y tagalo.

Se ha podido decir de la filosofía de Descartes que se trataba de un pensamiento de lo cotidiano. Con Edmundo Farolán, del mismo modo, podemos hablar de una poesía de lo cotidiano. Las pequeñas preocupaciones de la vida diaria, un combate de boxeo en la tele, una botella de whisky que se acaba, una pena de amor, la desesperación ante la pérdida de los seres queridos y del país de la infancia, todo esto está poetizado, mezclando spleen, melancolia y religiosidad. Pero es justamente de esas pequeñas naderías que nace en él la toma de conciencia de un cogito farolano y filipino que procede de lo absurdo, de la desesperanza más negra con, sin embargo, algunos elementos de humor siempre sarcástico y doloroso y la rabia ante la injusticia que no deja de recordarnos la poesía de César Vallejo o del mejor Neruda. Su poesía arranca de un sentimiento y a veces un sentimentalismo modernista, mejor dicho rubeniano que marcó profundamente la poesía filipina a principios del siglo XX. Pero como otros seguidores de Rubén Darío, deriva muy pronto del cosmopolitismo hacia temas más profundamente filipinos y más profundamente humanos. Junto a algunas doloridas confesiones hallamos el testimonio ininterrumpido de los sufrimientos de los demás pero sin caer nunca en la facilidad, en la vulgaridad de una literatura "comprometida" en la que cayeron algunos como Neruda o Alberti. Pero creo que ya va siendo tiempo que le deje la palabra que todos estamos ansiosos de escuchar. A todos Ustedes, señor Embajador, señoras y señores, estimados colegas y atentos estudiantes, muchas gracias.