Las Compañías Españolas Después De La Revolución Filipina

Florentino Rodao [Universidad Complutense de Madrid]

La respuesta de los españoles ante el fin de su período de dominación colonial se puede ver desde una perspectiva más completa analizando su reacción posterior, puesto que los textos contemporáneos, escritos al calor de la derrota, no la expresan sino parcialmente.

En este sentido, puede ser revelador un informe norteamericano escrito durante la ocupación japonesa, en el que señalaba con una cierta intranquilidad: "Desde la adquisición de las Filipinas por Estados Unidos, los residentes españoles en las islas han ejercido una influencia económica desproporcionado a su número (aproximadamente 4000) por medio de su extensas posesiones de tierra agrícola trabajada con inquilinos nativos que están solo ligeramente por encima del nivel de servidumbre"[2].

El informe muestra que la capacidad de supervivencia de estas empresas se desarrolló mucho más allá del período cubierto por el manto protector de su metrópoli.

En este trabajo pretendemos analizar las razones de esta supervivencia, tan bien llevada aparentemente, a lo largo de casi medio siglo. Para ello, analizaremos primero los problemas y la evolución de los intereses económicos españoles a lo largo de estos años, haremos una breve síntesis de las principales empresas españolas en el momento de empezar la Guerra del Pacífico y finalizaremos analizando la razones de esa relativa buena salud, que no se debían exclusivamente a las posesiones agrícolas ni a esos niveles de servidumbre que habían estado en manos del propio gobierno americano de solucionar durante cuatro décadas.

I. LOS INTERESES ECONÓMICOS ESPAÑOLES DESDE 1898

Pocos eran los intereses económicos españoles, ciertamente, cuando el poder político de Madrid llegó a su fin en Filipinas. Aunque las empresas españolas habían gozado de los obvios privilegios de un gobierno colonial, les habían faltado los recursos necesarios para usar esos recursos que estaban disponibles: el capitalismo español era aún débil y la propia península era dependiente económicamente, principalmente en manos de capitales franceses.

Habían faltado los medios necesarios para usar esos recursos disponibles y uno de los pocos ejemplos de empresas coloniales fue la fundación en 1881 de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, conocida popularmente como Tabacalera y con una buena parte de su capital, precisamente, de origen francés. En el llamado Archipiélago Magallánico, aunque ondeaba la bandera española, eran empresas de otras naciones, en buena parte la británica, las que sacaban el beneficio económico[3].

El débil capitalismo español, sin embargo, solo explica parte de la escasa implantación de empresas españolas en las Filipinas, porque el caso de la otra gran colonia perdida en 1898, Cuba, fue casi totalmente opuesto. Era la Joya del Imperio, y de donde los capitalistas españoles obtenían cuantiosos beneficios que se repatriaban a España.

Habían una falta de balance dentro de ese Imperio donde nunca se ponía el sol, en definitiva, entre las colonias en las Antillas y las colonias en el Pacífico: unas eran las que se sentían más unidas a España, donde se hablaba español, y las otras eran las más alejadas, y donde la implantación del idioma y de los mismos emigrantes españoles era escasa.

Así, cuando se perdió la Guerra ante los Estados Unidos, la separación de Cuba fue sentida como una gran pérdida. La pérdida de Filipinas también se sintió mucho en España, pero de alguna manera la percepción hubo de ser diferente, porque los más de tres siglos bajo dominación española habían quedado disminuidos por esos contactos no tan frecuentes, por esa menor sensación de cercanía, tanto cultural como física e incluso por los escasos beneficios económicos que había producido a la Corona.

"Mas se perdió en Cuba", es un refrán que nunca se aplicó a Filipinas. Mas aún, podríamos afirmar que después de los primeros momentos hubo incluso una cierta sensación de alivio, puesto que el salvar las almas de los indígenas y el prestigio habían sido las únicas razones para mantener las islas desde que en el siglo XVII se olvidaron los intentos de plantar pie en el continente asiático.

Así, cuando se supo que los nortemericanos pretendían quedar en Filipinas y en Guam, se iniciaron unas rápidas negociaciones con Alemania para la venta del resto de la Micronesia. Berlín estaba únicamente interesado en la adquisición de las tres islas productoras de copra, pero España quiso vender el "paquete" entero y se llegó inmediatamente a un acuerdo.

Tan pronto, que no había sido firmado aún el Tratado de París y hubo que mantenerlo en secreto por un tiempo. Llegados los nuevos gobernantes americanos, tres fueron las principales causas que socavaron el poder económico de los españoles: A) El ataque físico, B) la pérdida de privilegios y C) la relajación de sus súbditos en su relación con España.

Los ataques contra los intereses de los españoles llegaron pronto, fueron normales en el contexto de revolucionario y llevaron al abandono de un buen número de españoles de las Filipinas, tanto por la violencia ejercida directamente como por el temor a que se produjera[4].

Los ataques mas importantes al poder económico, no obstante, vinieron poco después de instalarse el poder americano, para acabar con las extensas posesiones de las ordenes religiosas. Tras unas negociaciones en las que participó el Vaticano, hubieron de vender la inmensa mayoría de sus propiedades al gobierno norteamericano.

La pérdida de privilegios se dejó sentir también, puesto que los privilegios recibidos por medio de leyes, disposiciones o reales decretos a lo largo de los siglos también podían usarse por el nuevo poder político para quitarlos. Fue un proceso más lento; los españoles trataron de mantenerlos el mayor tiempo posible consiguiendo que en el Tratado de París se aprobara la cláusula IV estableciendo un período de 10 años durante el cual los nacionales de ambos países tenían igualdad de condiciones para acceder al mercado filipino.

No se consiguieron muchos privilegios, no obstante, porque Washington evitó tomar medidas que permitieran aprovechar ese período de gracia, y durante esa década las medidas aprobadas fueron encaminadas a beneficiar las exportaciones americanas al mercado filipino. De hecho, el libre acceso de algunos productos filipinos al mercado norteamericano sólo comenzó a parte de 1909, por medio de la ley Payne-Aldrich.

Washington, con estas medidas, evitó un trato preferencial a España, entre otras razones porque habría obligado a concederlo también a otros países por medio de los acuerdos de nación más favorecida. A eso no estaba dispuesto el gobierno de Washington; el mercado de este archipiélago había de estar protegido para las mercancías norteamericanas, aunque en China se estaba defendiendo, en esos mismos momentos, una política opuesta de "Open Door" o "Puertas Abiertas"[5].

En muchas ocasiones, los privilegios de las empresas españolas se perdieron simplemente por su nueva condición de extranjeros. La legislación sobre fletes puede ser un buen ejemplo de ello. La obligación de usar barcos de bandera norteamericana para la exportación de productos fuera del archipiélago fue una consecuencia clara del cambio de soberanía[6], aunque la prohibición de comprar o incluso sustituir barcos de compañías o individuos que no fueran de nacionalidad americana o filipina fue una medida general que afectó principalmente a los españoles y Tabacalera, que había sido la más importante de las empresas dedicada al tráfico de cabotaje en Filipinas al comenzar el siglo, fue muy afectada.

Cuando fueron sacadas a concurso 21 rutas de navegación en marzo de 1905, la oferta de Tabacalera fue rechazada, aparentemente por ser muy cara[7]. La prohibición de adquirir o sustituir los barcos dejó la flota de Tabacalera reducida la mínima expresión y la flota total de 5.811 toneladas en 1926 se redujo a 1.186 en 1940, cuando en ese año se podían contabilizar en Filipinas 43.000 toneladas solamente entre los 35 barcos de más de mil toneladas[8].

Aunque se creo la Tabacalera Steamship Co. como empresa subsidiaria, fue sólo una solución parcial. El daño a la empresa fue grande, porque Tabacalera necesitaba tener medios de transporte propios. Su poderío económico también fue reducido por la venta de algunas de sus haciendas, como San Luis y Apolonia en la isla de Negros, entre 1935 y 1936, a causa de las "diversas medidas para proteger a los arrendatarios y aparceros, [por lo que] se fue creando una situación incómoda para la Compañía reflejada reiteradamente en su documentación interna"[9].

No solo los americanos hubieron de intentar reducir el poder económico de los españoles; la propia elite filipina luchó por engrandecer sus fortunas por medio de regulaciones que obstaculizaran la competencia de empresas de españoles o que las impidieran participar en determinados negocios.

Quezon, por ejemplo, cuando aun era senador, en 1935, propuso un artículo en la Constitución de la Mancomunidad prohibiendo la venta al por menor y al por mayor a otras nacionalidades que no fueran americanos o filipinos. C) La relajación de los lazos con la península y entre la propia colonia española fue otra de las consecuencias naturales de esas décadas sin estar bajo la dependencia directa de Madrid.

El número de nacionales disminuyó, tanto por las mayores dificultades para inmigrar como por la marcha de los funcionarios y soldados españoles. Además, muchos hijos de españoles adquirieron la nacionalidad filipina y llegó a ser normal que en una misma familia hubiera miembros de diferentes nacionalidades, aunque todos ellos nacidos en las Filipinas.

Al proceso normal de pérdida de lazos, no obstante, se unieron los conflictos entre la colonia a raíz de la Guerra Civil española, dividida no entre dos, sino entre tres grupos principales: republicanos izquierdistas y hacenderos vascos nacionalistas apoyando a la república por una parte, falangistas apoyando denodadamente al gobierno de Franco por otra y las profundamente conservadoras familias poderosas, que si bien comenzaron apoyando al gobierno de Franco, se fueron alejando después ante el creciente acercamiento a los países del Eje tras el comienzo de la II Guerra Mundial.

No hubo violencia física generalizada en estos conflictos, pero si crearon un ambiente enrarecido que impidió volver a actuar o presionar conjuntamente. Y aunque el poder económico y de presión se había decantado principalmente el bando de las familias poderosas, estas fueron las que decidieron de una forma más clara acelerar so proceso de toma de la nacionalidad filipina como forma de proteger sus propiedades, en parte por el temor a que fueran confiscadas en caso de una entrada de España en la guerra y en parte siguiendo los deseos del presidente de la Mancomunidad, Manuel L. Quezon, de crear una clase alta nacional. Miembros de las familias Roxas, Elizalde y el propio Andrés Soriano, el hombre mas influyente de la comunidad, renunciaron a la nacionalidad española en este período. Con ello, la comunidad española como tal perdió definitivamente su poder de influencia política[10].

II. LAS EMPRESAS ESPAÑOLAS.

Bien directa o indirectamente, la situación económica de los súbditos españoles en el Archipiélago giraba en general alrededor tres compañías de negocios o bien de las ordenes religiosas. Dejando a estos a un lado, estas principales empresas españolas eran: Tabacalera, Andrés Soriano & Cia y Elizalde & Cia.

A. COMPAÑÍA GENERAL DE TABACOS DE FILIPINAS.

Fundada en 1881 tras el fin del monopolio del tabaco, pasó a trabajar con todos los productos de exportación de Filipinas, como la copra, el abacá o el azúcar, además de negocios como los transportes marítimos o la destilación de alcohol. La revolución filipina estalló cuando los frutos de las inversiones comenzaban a dar sus primeros frutos tal como ocurrió con la principal hacienda, la Luisita, en Tarlac o con la creación de una de las principales fábricas de tabaco de entonces en el mundo, La Flor de la Isabela.

Construyó un excelente sistema de almacenes para recogida de tabaco que se pasaron a utilizar también para el resto de productos y hasta la I Guerra Mundial sus principales beneficios vinieron, por orden decreciente, de los acopios de tabaco en rama, de la elaboración del tabaco, del acopio del azúcar y de la explotación de las haciendas. Después de este conflicto pasó a poner en marcha centrales azucareras, a cultivar temporalmente arroz, hizo incursiones en el sector de los seguros e incluso instaló en 1941 una fábrica de celulosa para aprovechar el bagazo de la caña.

Su época dorada fue precisamente en el período que va entre las dos guerras mundiales, cuando el azúcar tuvo un papel hegemónico en los beneficios de la compañía, pudiendo suportar las pérdidas cosechadas por el tabaco y por la creciente pérdida de su cuota de mercado en la exportación de cigarros a Estados Unidos, que pasó de un 39% en 1933 a un 12% en 1939.

A pesar de elló, Tabacalera dio unos dividendos anuales de un 17% en las acciones durante este período, con sólo dos excepciones, 1933 (33%) y 1937 (14%). Fue la empresa que más personal empleaba en Filipinas después de la administración estatal y sólo en la Hacienda la Luisita trabajaban 6000 personas, con unos 200 empleados españoles en sus mejores momentos[11]. Hasta la I Guerra Mundial fue el principal exportador de copra y en relación con el azúcar pasó de la octava a la tercera posición y después a ser el principal exportador, aunque no el principal productor, siendo su 1934 su año mejor, con 278.000 toneladas[12].

B. ANDRÉS SORIANO & CIA.

Andrés Soriano poseía un imperio alrededor de la Cerveza San Miguel (San Miguel Brewery), de la que tras haberse hecho cargo en 1910 llegó a labrar una cuota de mercado de un 90% en 1928. Trabajó con otros productos relacionados, como productos lácteos, hielo, levadura y refrescos, entre ellos la representación de Coca-cola. Sus conexiones fueron muy amplias con empresas norteamericanas, a varias de las cuales gestiono sus inversiones en Filipinas.

A partir de la década de 1930 se interesó por las minas de oro a raíz de la subida del precio de la onza de oro de 30 a 45 dólares e implicó en ello a buena parte de la comunidad española. Estaba asociado con empresas como Sorox & Co., de la familia Roxas y tenía empresas en los Estados Unidos, Francia y España, país que visitaba anualmente[13].

C. ELIZALDE & Co.

Los vastos intereses de la familia Elizalde estaban estructurados alrededor de la empresa, inicialmente llamada Ynchausti & Co y cambiado el nombre a Elizalde & Co en 1934 una vez que los primeros, que estaban poco implicados en la gestión, vendieron su participación. Sus empresas principales eran Elizalde Rope Factory, Inc; Elizalde Paint & Oil Factory; Manila Steamship Co., Central Azucarera La Carlota; Tanduay Distillery, Central Azucarera del Pilar.

Estaban implicados, por tanto, en la elaboración de cuerdas (exportaban los dos tercios de las elaboradas en Filipinas) y su provisión a los barcos, en la elaboración de pintura a partir de la extracción de aceite del arbol de lumbang o candlenut, en los alcoholes y en el centrifugado del azúcar por medio de dos centrales, la mas importante de las cuales (y una de las principales de Filipinas) era "La Carlota", en la isla de Negros.

Siendo cuatro hermanos, se tenían distribuida entre ellos la gestión de los negocios y la conexión política: Manuel destacaba en los primero y Joaquín Miguel en lo segundo, llegando a director de la empresa estatal encargada de promover la industrialización, National Development Corporation y, desde 1938, a Comisionado Residente en Washington.

Las empresas españolas estaban organizadas en torno a la Cámara Española de Comercio, tales como las de los Zobel de Ayala (dedicada principalmente a gestión de terrenos pero también en un principio con participaciones industriales), los Roxas (familia de Soriano), Banco de las Islas Filipinas, Banco Hipotecario de Filipinas, Philippine Sugar Estates, La Insular y La Yebana, ambas fabrica de tabacos que se unieron después de la guerra del Pacífico, Commonwealth Insurance & Co, Tuason & Sampedro, o Aboitiz & Cía.

Es difícil dar una cifra aproximada de la proporción de estas empresas españolas dentro de la economía filipina, pero ciertamente era significativo en los sectores filipinos de exportación, a excepción de la madera.

II. LA RESISTENCIA DE LAS EMPRESAS ESPAÑOLAS

4 razones consideramos que existen para esta relativa fortaleza de las empresas españolas cuando Filipinas iba a entrar en la Guerra del Pacífico: los lazos tan estrechos con la sociedad filipina, la rápida adaptación a los nuevos gobernantes, su buena actuación como tales empresas y la defensa de los privilegios.

1.- INTERCONEXIÓN CON LOS INTERESES FILIPINOS.

Había un grupo hispanizado dentro de la sociedad filipina que sobrepasaba con muchos esos 4.000 súbditos con pasaporte español. Eran mestizos españoles en su mayoría, hablaban español y se sentían identificados con los problemas que afectaban a España de la misma forma que los ciudadanos españoles con las Filipinas, en cuanto era la tierra que les había visto nacer y en la que seguramente morirían. Se les ha denominado Cosmopolitas Hispanizados[14] o "cuasi-españoles" que son técnicamente filipinos[15] y es difícil de identificar los grupos que comprendía (más aún entre sus categorías más inferiores) puesto que era un sentimiento en buena parte personal.

Su análisis permenorizado merece un estudio por separado, pero para cuantificar su importancia económica puede ser muy conveniente el análisis realizado por Theodore Friend a propósito de unos datos sometidos al Comité del Senado de Estados Unidos sobre Territorios sobre la inversión en las centrales azucareras. Las estadísticas señalaban que el 49% de la inversión era filipina, el 26% norteamericana, el 24% española y el 1% cosmopolita. Friend analiza estas cifras y ve incorrecto el adscribir a la familia Ossorio, criollos, como capital filipino, mientras que los Elizaldes entraban dentro del apartado de capital español; en consecuencia, reestructura semejante tabla asignando las inversiones de este grupo dentro del capitulo de Cosmopolita, que pasa de un 1 al 25%.

El capital filipino, en consecuencia baja al 39%, el americano sube dos puntos hasta un 28% y el español es el que baja en mayor proporción, quedando su porcentaje en un mero 8%, que suponemos se refiere a la Compañía Tabacalera[16].

2. ADAPTACIÓN AL PODER AMERICANO

Los españoles laicos que se quedaron en las Filipinas tras 1899 se adaptaron relativamente bien al poder americano, aceptándolo tanto en un sentido político como en cuanto a sus nuevas ideas. Visto que la dominación española era ya cosa del pasado, la dominación estadounidense era una de las mejores posibilidades que podían haber calculado: seguían bajo una colonia, occidental, y además, se les abría un mercado importante al que exportar.

Quizás el ejemplo mejor para mostrar esta aceptación es el hecho de que la Cámara Española de Comercio fue el primer defensor abierto del libre comercio total con Estados Unidos, desde mediados de 1905 hasta 1908, justo en los momentos en que los filipinos proclamaban de forma más abierta la independencia, a excepción del, en un principio mas pro-americano, Partido Federal.

La posibilidad de usar ese período de gracia de diez años concedido en el Tratado de París, obviamente, estaba en la cabeza de aquellos españoles que defendieron ese libre comercio[17]. Una de las razones de su adaptación había de ser la necesidad económica, pero otra muy importante habían de ser los beneficios que la comunidad de empresarios española vio en la llegada de los nuevos dominadores. Al contrario que los españoles, la burocracia americana se demostró capaz de ganarse la confianza, cumpliendo mejor las promesas que los españoles y, en definitiva, haciendo su trabajo de una forma menos arbitraria; el problema con los impuestos, por ejemplo, no había sido su tanto la cantidad, sino el hecho de que los empleados que cobraban el dinero se lo gastaban[18].

Ya en el año 1901 se puede comprobar la perspectiva optimista de la propia Tabacalera, cuando en su memoria oficial de 1901 afirmaba: "aunque la paz parece restablecerse en el Archipiélago, no se ve todavía con claridad lo que el porvenir dará de sí, y no conviene abonarse a un exagerado optimismo"[19].

El declive del poder de la iglesia católica no tenía que conllevar el de cada español en las Filipinas. Es más, los españoles laicos y sus negocios habían sufrido como el resto de las Filipinas del irresponsable gobierno y del poder desproporcionado de la iglesia católica sobre la sociedad. Y al igual que el gobierno norteamericano satisfizo las necesidades de los ilustrados filipinos, lo mismo podía ocurrir para la comunidad de españoles laicos.

El poeta Jaime Gil de Biedma, autor de un diario durante su estancia en Filipinas en el año 1954, afirmaba, tras haber visitado buena parte de las delegaciones de la compañía en Filipinas, que todos sus trabajadores españoles son anticlericales[20]. Este hecho es más importante teniendo en cuenta que la Compañía, fundada por el Marqués de Comillas, tuvo unos lazos muy fuertes con los jesuitas. Los españoles se adaptaron bien a las nuevas idea de libre empresa traídas por los americanos.

Al contrario que en la península, los españoles en Filipinas fueron una comunidad emprendedora, que prefería trabajos con mayor posibilidad de ascenso y de enriquecimiento a los puramente burocráticos. Ejemplo de ello es la escasez de profesores para enseñar español, a excepción de los religiones, porque podían ganar más dinero en otros negocios aunque el trabajo fuera menos seguro.

Lo mismo lo puede demostrar la escasez de pobres en Filipinas; las organizaciones caritativas implantadas para ayudar a los españoles pobres, tales como el Hospital Español de Santiago o Auxilio Social, tuvieron siempre el dilema de asistir a los filipinos que pedían asistencia, y es que no había suficientes españoles en estado de necesidad.

Incluso las órdenes religiosas parecen haberse adaptado bien a la pérdida de sus extensos terrenos tras el fin del poder español. Con el dinero recibido, establecieron las Filipinas como su centro para el Extremo Oriente y expandieron su presencia en el resto de Asia, principalmente en China, donde se construyeron un gran número de casas religiosas y conventos.

Así, los nuevos misioneros recién salidos de España eran enviados primero los conventos-madre en Intramuros, y tras una estancia ahí era decidido su destino final en la región. Gil de Biedma afirma, tras haberlo oído en multitud de ocasiones a los trabajadores de Tabacalera: "Los jesuitas tienen una casa de empeños en Manila y controlan una gran parte del negocio cambiario en Hong Kong, los Dominicos monopolizan en Shanghai el negocio del alquiler de los rickshaws, los Recoletos son los mayores accionistas de Cervezas San Miguel, mas importantes que los Soriano y los Rojas [sic], etc"[21].

Estados Unidos, por su parte, no tenía porqué estar excesivamente interesado en acabar totalmente con la capacidad de influir de un grupo como el español en la sociedad filipina; en cuanto, tal como señala Giesecke, "los capitalistas estranjeros podrían algún día proporcionar un lobby opuesto a la independencia filipinas"[22].

Españoles y norteamericanos compartían el interés en mantener el status de las filipinas coloniales y en hacerlas dependientes de los Estados Unidos, unos para mantener las exportaciones y los beneficios generados y los otros para mantener la dominación política y su política general en Asia. El interés de los capitalistas españoles en la madurez económica de las Islas Filipinas no había de ser tan importante como el de vender en el inmenso mercado americano y el peor temor había de ser la independencia, en cuanto ello supondría el fin del acceso privilegiado a ese mercado.

3. MODERNIDAD DE LOS NEGOCIOS ESPAÑOLES

El período americano y la exportación a un mercado restringido a otros países generaron una bonanza en la economía general del archipiélago. Las empresas españolas no sólo se beneficiaron de las condiciones favorables, sino que también, se puede decir que comparativamente su conducta fue mejor de la media.

Las razones de ello son varias, entre ellas que el balance demográfico de la comunidad como tal cambió y supuso en general un empuje para los negocios. Por un lado, se rejuveneció con la llegada de nueva gente, algunos de ellos escapando del servicio militar forzoso para ir a la Guerra de Marruecos.

Por otro, vino una mayor proporción de gente de regiones industriosas como el País Vasco y Cataluña: la mayoría de los hacenderos en Negros, por ejemplo, eran vascos, los Elizaldes se preciaron de contratar solamente trabajadores vascos en sus empresas, y la Tabacalera, por su parte, era una empresa radicada en Barcelona, aunque no tenía una regla fija de contratar solamente a catalanes.

Por contra, la disminución de poder de las ordenes religiosas y la ausencia de funcionarios significó una menor presencia de castellanos o andaluces. La comunidad, además, contó con unos líderes dinámicos, como eran Andrés Soriano, los Elizaldes o Antonio Melian, que pudieron ejercer una influencia positiva hacia las actividades de tipo comercial, algo que no habría sido posible en el siglo anterior, cuando el gobierno estaba bajo el dominio de unos religiosos que asemejaban los enemigos de la España católica con el comercio y con la entrada de nuevas ideas subversivas[23].

Además, las empresas españolas tuvieron un papel activo en la modernización del aparato productivo de la economía filipina. Las inversiones de la Compañía Tabacalera para poder explotar conveniente haciendas como La Luisita en Tarlac, ayudando en la década de 1910 incluso a la construcción de los canales de irrigación de tierras con vistas al cultivo de arroz, que aparentemente fueron la obra hidraúlica más importante de las islas, son un ejemplo de esos intentos de sacar un mayor beneficio a la tierra, obviamente pensando en el beneficio propio, pero también haciendo cálculos a medio-largo plazo[24].

La Tabacalera, también, se precia de haber liderado el proceso de renovación en los métodos de fabricación del azúcar, pasando de los viejos trapiches familiares a las centrales azucareras capaces de producir el azúcar granulado o centrifugado solicitado en el mercado norteamericano[25].

Las Centrales Azucareras de Tarlac y La Carlota, por ejemplo, fueron las que lideraron la carrera de aumento de la producción que se desarrolló en la década de 1930 para ganar una proporción mayor con vistas al sistema de entradas por cuotas al mercado de Estados Unidos[26].

Siguiendo con la agricultura, donde el Banco Hispano-Filipino tuvo a principios de siglo un papel importante[27], el censo de las Islas Filipinas de 1948 muestra un mayor grado de equipamiento de las tierras de los españoles que las de los otros países. Así, lo muestra la relación entre el valor total de la tierra, incluyendo los equipamientos, y el valor de la maquinaria.

El valor total de las tierras de los americanos era de 3.889.416 Pesos, siendo el 90.5% el valor del terreno y un 1% el valor de la machinaria. En el caso de las tierras poseídas por los españoles, el valor total es algo mayor, 4.497.860 Pesos, pero el valor de los terrenos es solo un 85.2% y el valor de la machinaria llega al 3.3%. En el caso de los chinos, el valor de la machinaria llegaba al 1.8%[28].

Además de la agricultura, los españoles supieron invertir en los nuevos sectores de la economía. Aunque no contaron con las innovaciones tecnológicas que permitieron introducirse fácilmente a empresas americanas, como las industrias farmacéuticas, la fotografía o la automovilística, se utilizaron patentes europeas. La primera fábrica de cemento fue puesta en marcha por los recoletos en Binangonan con un grupo de hombres de negocios de Manila, importando maquinaria de Krupps y técnicos alemanes y la primera fábrica de celulosa fue puesta en marcha en Bais, en 1941, usando una patente italiana[29].

4. DEFENSA DE LOS PRIVILEGIOS

La exportación garantizada a los Estados Unidos hizo escasamente competitivas a numerosas empresas en Filipinas, y muchas de ellas probablmente no habrían sobrevivido en otro entorno: los costes de producción del azúcar eran el doble que en Java o Cuba.

Al fin y al cabo, no obstante, este era un problema general de la economía Filipina que permitió a una gran empresa con gastos fijos tan elevados como Tabacalera subsistir. Su sobredimensionamiento, junto con los métodos tan tradicionales de trabajo, le impidieron sacar beneficios en sectores como la copra, donde se requería una mayor agilidad en el negocio.

Su capacidad de adaptación a las necesidades del mercado fue lenta y en el caso del tabaco, no se supo adaptar a tiempo a las nuevas tendencias en favor de cigarros con un contenido más ligero en nicotina o cigarrillos; así, a fines de la década de 1930 su cuota de cigarrillos para exportar en Estados Unidos no pudo ser satisfecha y fue cubierta por marcas de la competencia.

En las propias Filipinas, el "chorrito" gradualmente dejó paso a marcas extranjeras, como "Blue Seal", mas aromatizadas y mejor anunciadas, que a partir de 1938 sobrepasaron a las nacionales[30]. Su estructura le hacía ser una compañía conservadora, pero también es cierto que gracias a los beneficios del azúcar no tuvo una necesidad imperiosa de enjuagar fácilmente las pérdidas por el tabaco en la segunda mitad de la década de 1930.

En general, la falta de competitividad era un problema que afectaba a toda la economía filipina y que tenía mas relación con las condiciones artificiales en que se movía por ese libre acceso del que gozó con los Estados Unidos. Si hubo una estrategia de defensa de su privilegios, ésta hubo de ser su "atrincheramiento" en la sociedad filipina, precisamente por ser parte integral de esa sociedad.

Si se pudo hablar en el siglo XIX de una colonia económica anglo-china o en el siglo XX del creciente poder americano, los intereses económicos españoles fueron beneficiados de los crecientes privilegios que recibieron las empresas filipinas, normalmente a cambio de un hecho no excesivamente importante como cambiar de pasaporte, puesto que los beneficios normalmente no se remitían a la península.

Si se puede hablar de alianzas entre grupos nacionales, los españoles se aliaron muy bien con los grupos europeos, incluidos los británicos, y se puede decir que lideraron la oposición frente a los asiáticos, tal como se pudo comprobar en la campaña del grupo que apoyaba a Roxas (apoyado por el grupo de hispanizados, aunque no tuviera relación alguna con la familia Roxas española) para las elecciones de 1946 contra las conexiones chinas del presidente Osmeña o en algunas reacciones contra los japoneses[31].

Andrés Soriano fue el único que tuvo amplias conexiones con empresas americanas. En el caso de las empresas españolas sería interesante estudiar la aparentemente fácil adaptación de las empresas españolas al sistema de favores, prebendas y compadrazgos, etc. En el caso de Tabacalera, la limitación de los latifundios a 1.024 hectáreas se solucionó cediendo parcelas en arriendo mediante en pago de una renta estimada en el 15% de la producción, con el reconocimiento a favor de la compañía del derecho a adquirir proporcionalmente el todo o una parte del resto de la caña recolectada[32].

El sistema político y económico, en realidad, difería poco del español, por lo que esa adaptación les era más fácil; la compra de votos se realizaba entonces tanto en el campo español como en el filipino, el caciquismo seguía vigente y, si los contactos políticos eran necesarios en España para que un negocio fuera próspero, también lo eran en Filipinas.

Así, la construcción de un canal para irrigar la hacienda de Tabacalera La Luisita necesariamente fue un favor político que dejó a otras tierras sin irrigación necesaria, por lo que habría de pagarse de otra manera. Quizás ello tuvo que ver con la puesta en marcha en 1918 de una de sus subsidiarias, Hispano-Philippine Oil Co, para producir aceite de coco. Aunque nunca dio beneficios, su fundación fue debida, según las propias actas del Consejo de Administración a "razones políticas totalmente justificadas después de haber recibido una continua presión de nuestros amigos filipinos"[33].

Por otro lado, Tabacalera tuvo desde 1929 hasta 1941 un fondo de reserva de tres millones de pesetas para la renovación de la flota; para ello necesitaba un cambio en la legislación que finalmente no se produjo pero que obviamente estuvo esperando se produjera. Desconocemos qué hilos se manejaron y qué favores dejaron de dar resultado, pero en todo ello tuvo que estar relacionado Adrián Got, Director General de Tabacalera y amigo íntimo del presidente Manuel L. Quezon[34].

CONCLUSIÓN: UN NUEVO CAMINO EN LAS RELACIONES

Después de 1898, los pilares intereses sobre los que se basaba la relación entre España y Filipinas se resquebrajaron; ya no hubo más relación entre dominador y dominado y el peso de la religión católica dejó de distorsionar tan fuertemente esa relación mutua.

A partir del siglo XX, los intercambios mutuos estuvieron basados en dos intereses, los económicos y los religiosos, fuertemente entrelazados por la identidad cultural mutua entre ambos pueblos. Pero si bien estos intereses no eran nuevos, lo nuevo fue la desaparición de lo público en el balance: los intereses privados pasaron a dominar sobre los intereses del Estado.

Las relaciones posteriores, por tanto, no fueron tanto de España con Filipinas, sino de los españoles con los filipinos o de españoles en las Islas Filipinas. A partir de 1898 y hasta después de la Guerra del Pacífico, el Estado como tal prácticamente abandonó su rol en los contactos y éstos pasaron a ser impulsados desde corporaciones privadas, tanto religiosas como de carácter económico.

Las principales instituciones hispano-filipinas han sido precisamente las creadas a partir de estos años totalmente a iniciativa privada, como han sido los tres Casinos españoles, de Manila, Cebu e Iloilo, el Hospital de Santiago, el Hogar San Joaquín, el Jai-Alai e incluso la Falange y su Auxilio Social.

Tal fue la relegación en que estuvo el papel del estado, que los viajes de académicos o literatos españoles como Vicente Blasco Ibañez, Federico García Sanchiz, etc, fueron financiados desde las Filipinas. Incluso el Consulado Español estaba instalado en el Casino de Manila y sus fiestas y gastos eran sufragados desde la propia comunidad. El papel secundario de las instituciones oficiales se puede percibir en la falta de derecho a voto del cónsul en las deliberaciones de la Cámara Española de Comercio.

La Comunidad, aunque sería mas apropiado decir las familias poderosas, asumió el papel que le correspondía al Estado Español, cuyos problemas internos, la guerra de Marruecos y ese sentimiento de liberación frente a Filipinas al que ya nos hemos referido, le hicieron desatender las labores propias de su función. Los lazos privados demostraron ser, no obstante, mas fuertes que los oficiales.

Las instituciones que hemos mencionado han ayudado mucho más al estrechamiento de los lazos entre España y Filipinas que otras iniciativas. Por otro lado, el comercio ha demostrado que 1898 no fue sino una fecha a partir de la cual el comercio mutuo se siguió incrementando, de una forma dramática. Con un total de intercambio de [4 millones en 1898] 7 millones de pesos en 1900, a fines de la década de 1920 esta cifra había subido a una cantidad entre los 13 y 14 millones, una cantidad muy respetable si tenemos en cuenta la distorsión que suponía la fácil venta al mercado norteamericano, que llegó a absorber el 99% de las exportaciones de azúcar filipinas cuando en el siglo XIX rondaban el 1%.

La cifra bajó a seis millones en el año anterior al estallido de la Guerra Civil española, en parte por los problemas derivados de la Crisis del 1929 y en parte por la desproporción entre importaciones y exportaciones. Las autoridades españolas pusieron restricciones para evitar ese desequilibrio, pero Tabacalera siempre se encargó de recordar las cuantiosas remisiones de dinero desde Filipinas, que compensaban el desfase comercial.

España, por fin, sacó beneficios económicos del Archipiélago. El proceso de Cuba y Filipinas después de 1898 fue parecido; el fin de la Colonia no impidió que los contactos y los intercambios mutuos se siguieran desarrollando. Es más, la relación de igual a igual tras acabar la colonia liberó a unos y a otros de las desconfianzas y los recelos. Y si bien la relación entre España y Cuba ha seguido intensificándose e incluso se ha mantenido a pesar de existencia contemporánea de dos regímenes opuestos como el del General Franco y el de Fidel Castro, en el caso de Filipinas no ha ocurrido así.

La Guerra del Pacífico marcó un punto y aparte: esos intereses económicos dejaron de sentirse españoles.

NOTAS

[1] El autor agradece la ayuda prestada por la Fundación Toyota para facilitar la realización de la presente investigación. Abreviaciones: AMAE-R: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Sección Renovada.
BIA: Bureau of Insular Affairs.
NARA: National Archives and Records Administration, Washington.
RG: Record Group (en NARA)

[2] NARA, BIA, Rg 350. Box 1318. Informe secreto de 28-VII-1943.

[3] Quizás el caso más llamativo es el de Micronesia, objeto de manifestaciones masivas a finales del siglo XIX contra los intentos alemanes de arrebatarla. Tras una mediación del Papa León XIII quedaron bajo soberanía de Madrid, pero nunca hubo empresa alguna que pudiera sacar provecho de la copra producida allí y los beneficios económicos fueron para la compañía alemana Jaluit Gesellshaft.

[4] Para ejemplos de ello, ver AGUILAR, Filomeno V.: "Masonic Capitalism and Revolution in Negros", el las actas de la Centennial Conference,, en prensa, o McLENNAN, Marshall S.: "Changing Human Ecology on the Central Luzon Plain: Nueva Ecija, 1705-1939", en Alfred W. McCoy y C. de Jesus (ed): Philippine Social History. Global Trade and Local Transformations, Ateneo de Manila University Press, Manila 1982, pp. 69-70.

[5] SALAMANCA, Bonifacio S.: The Filipino Reaction to American Rule, 1901-1913, New Day, Quezon City 1984, pp. 106-109. Ver también GIESECKE, Leonard F.: History of American Economic Policy in the Philippines during the American Colonial Period, 1900-1935. Garland Pub., New York 1987, pp. 60-61.

6] España se había limitado a establecer, temporalmente, derechos preferenciales.

[7] Giesecke, op. cit., p. 156.

[8] GIRALT RAVENTOS, Emili: La Compañía General de Tabacos de Filipinas, 1881-1981, Compañía General de Tabacos de Filipinas, Barcelona 1981, p. 163.

[9] Ibíd., p. 149.

[10] Ver mis "Falange en Extremo Oriente, 1936-1945", en Revista Española del Pacífico, vol. 3, 1993, pp. 99-105 y "Presencia Española en Extremo Oriente alrededor de 1945", en Actas del III Congreso de Hispanistas de Asia, Asociación Asiática de Hispanistas, Tokio 1993, 1069-1079.

[11] Para la Historia de la Compañía es esencial ver el libro editado a propósito de su Centenario. Giralt Raventos, op. cit, p. 318 y AMAE-R. Leg. 2910, exp. 20. Informe de Francisco Ferrer, Madrid, 30-XI-1945.

[12] Giralt, op. cit., p. 129.

[13] Hay muchas referencias bibliográficas sobre Andrés Soriano, ver el Memorial issue del SMCEU Bulletin tras su fallecimiento, Manila, 1965; también Yoshihara, op. cit., pp. 52-53, passim. Para documentación sobre él, aunque principalmente de carácter político NARA, RG 126: Office of the High Commissioner of the Philippine Islands. Entry 2, box 52, hay una carpeta titulada "Soriano. Commonwealth, 1942-45" y RG 350, BIA, Box. 1318. En AMAE-R, es interesante en Leg. 1733, exp. 26 un telegrama del cónsul José del Castaño, Manila, 13-XII-1943.

[14] FRIEND, Theodore: Between two Empires: The Ordeal of the Philippines, 1929-1946, New Have, Yale University Press, 1965, p. 118.

[15] NARA, BIA, Rg 350. Box. 1318, exp. 28712-19. Entry 5. Secret Report, 28-VII-1943.

[16] Los datos están contenidos en el American Chamber of Commerce Journal, Sept 1928, p. 20; en Friend, op. cit., p. 182. Doeppers señala también un 32% de la capacidad de centrifugado en posesión de españoles, en Manila, 1900-1941. Social Change in a Late Colonial metropolis. Ateneo de Manila University Press, Manila 1984, p. 9.

[17] Salamanca, op. cit., p. 212.

[18] STANLEY, Peter W.: A Nation in the making. The Philippines and the United States, 1899-1921, Cambridge. Mass, Harvard University Press, 1974, p. 119.

[19] Giralt, op. cit., 104.

[20] GIL DE BIEDMA, Jaime: Retrato del Artista en 1956. Barcelona, Lumen, 1991, p. 79.

[21] Ibíd, p. 78. También sobre las inversiones de las órdenes religiosas, AMAE-R. Leg. 2910, exp. 9. Dcho de José del Castaño, Manila, 20-III-1944.

[22] op. cit., p. 45.

[23] Aguilar, art. cit., pp. 4-6.

[24] Sobre los problemas que supuso, Giralt, op. cit., pp. 126 y 146-148. Ver también Stanley, op. cit., p. 193. [

25] Giralt, op. cit., p. 158.

[26] Sobre ello, FRIEND, "The Philippine sygar inustry and the politics of independence, 1929-1935", en Journal of Asian Studies 22 (963), pp. 184-185. y DOEPPERS, Daniel: "Metropolitan Manila in Greta Depression. Crisis for Whom?", en Journal of Asian Studies 50,3 (1991), p. 516.

[27] Giesecke, op. cit., p. 113.

[28] Summary and General Report on the 1948 Census of Population and Agriculture. Bureau of the Census and Statistics. Bureau of Printing, Manila 1956, p. 2239.

[29] QUIRINO, Carlos: Philippine Tycoon. The Life and Times of Vicente Madrigal, 1880-1972. Sin publicar, p. 93 y Giralt, op. cit., p. 219 passim.

[30] Doeppers, 1991, p. 524 y 1984, pp. 21-22. Menciones en Giralt, op. cit., pp. 155-156.

[31] Ver, por ejemplo, en La Vanguardia de 23-5-1931, la reacción ante la traída de novias para los agricultores japoneses. No obstante, se podría hablar de una complementariedad puesto que la ocupación principal de la comunidad china eran los pequeños comercios, algo en lo que muy pocos españoles se ocupaban. En Cuba, al contrario, los españoles tenían en muchos casos las funciones de los chinos en Filipinas, pero la escasa emigración no tuvo porqué ocasionar excesivos problemas.

[32] Giralt, op. cit., pp. 127-128.

[33] Ibíd., pp. 165-66 y 132.

[34] El propio libro de Giralt habla de las presiones cerca de los poderes políticos para que la ley se modificara. Op. cit., p. 165.