Ang mga Insulares at Peninsulares: una glosa lingüística respecto al proceso de desafuero contra Erap

Jack Schnabel

[El autor es egresado en matemáticas del Ateneo de Manila y actualmente catedrático en finanzas internacionales de la Universidad Wilfrid Laurier, ubicada en el Canadá.]

No cabe duda que la mayoría aplastante de los lectores de esta revista estan bien informados acerca del fantasmagórico panorama político filipino. La divulgación de una red de cohecho, involucrando nada menos que el mandatario Erap, desencadenó una carambola de circunstancias cuya culminación fué su destitución.

Los partidarios de la presidenta suplente califican el proceso de desafuero completamente justo, en acatamiento pleno de las leyes del pais asiático. Mientras tanto, los seguidores del partido Pwersa ng Masa, quienes abogan por Erap, impugnan el mismísimo proceso como la apertura de una caja de Pandora, la dominación de la turba.

Aquí no entro en esa espinosa polémica. (Sin embargo agrego, entre parentesis, que la respuesta de las urnas en las recientes elecciones ha sido un poco ambigua.) La meta módica de este breve ensayo es recalcar un incidente que, al aparecer, tal vez sería visto como una mera bagatela, un asunto de poca envergadura. Espero no hilar demasiado fino.

A finales del año pasado cuando el proceso de desarraigo andaba viento en popa y durante un intercambio de exabruptos con sus detractores, Erap invocó dos términos anacrónicos, dos vocablos pertenecientes a la época de la colonia española, dos palabras caducadas por el transcurso de mas de un siglo tras el mutis de los Kastila del archipiélago magallánico. Me refiero a su frase Ang mga (los) peninsulares at (y) insulares.

Al toparse con esta frase, el ingenuo extranjero hispanoparlante corre el riesgo de tomarla como si fuera un epíteto completamente carente de emoción, una descripción clínica totalmente exenta de resentimiento y amargura. Esta interpretación sería un error garrafal. De hecho, los dos términos aludidos llevan significados rebosantes con tanto cinismo como sarcasmo. Traducida al castellano esa frase adquirida por la lengua tagala significa, y me disculpo de antemano por la grosería pero precisa interpretar la frase referida con precisión quirúrgica, los gilipollas adinerados.

La usanza amargada del castellano por Erap no es un caso aislado. Cito otro ejemplo que surgió mas o menos simultáneamente. En sus críticas de la postura de los habitantes de los barrios pudientes de la ciudad de Makati frenta a la propuesta de construir una carretera que atravesaría los mismos barrios, los columnistas de diversos matutinos manileños invocaron a carcajadas sarcásticas la exclamación castellana ¡Qué horror! En términos mas explícitos, la frase se traduce en el siguiente. Esos gilipollas adinerados quienes residen en esas joyas arquitectónicas merecen plenamente nuestro desdén.

El ultraje invocado por Erap hace nítidamente patente, aún así en forma implícita, el pésimo papel que desempeña el idioma cervantino (y, a propósito, rizalino) en Filipinas. Hoy por hoy, la herencia hispánica es calificada como la fuente inagotable de todos los flagelos que azotan el pais. Tales como, la corrupción endémica, la horripilante brecha entre las clases socioeconómicas (es decir, acuadaladas y menesterosas), las decrépitas instituciones políticas, et cetera.

Hasta el irrisorio y absurdo extremo de incluir los siguientes: la espeluznante contaminación ambiental manileña, el fenómeno meteorológico de El Niño, la erupción del volcán Mayón, y los nivels deprimidos del producto interno bruto, el ingreso per cápita, la tasa de cambio y los índices bursátiles.

Kasalanan lahat ito ng mga Kastila! ¡Todos estos azotes son culpa de los españoles! Sobra añadir que todo esto es un acervo de ñoñerías.

Sin embargo, en asuntos de esta índole, la percepción es la realidad. Me temo que la faceta hispánica de la sociedad filipina se haya degenerado en una cabeza de turco, un chivo expiatorio a gran escala. El marcado sesgo contra todo lo hispánico corre rampante a lo largo del archipiélago.

La desaparición del castellano no ha sido puramente una cuestión de utilidad económica. No ha sido una mera manifestación de lo que los economistas etiquetan las economías de la red. Tal como el desplazamiento de un paquete de programas informáticos por otro, e.g. Lotus 123 por MS Excel. Al contrario, la purgación del idioma ha sido un proceso sobre cargado con rencor.

La lengua en que fué redactada la Constitución de Malolos, el documento que señaló el alumbramiento virtual del pais, el idioma en que fué escrito el famoso artículo nacionalista Las aves de rapiña, provocando así consternación entre las autoridades estadounidenses, ese mismísimo idioma en la actualidad es visto como blanco idóneo de desprecio patriótico.

Con casi todos los autoidentificados hispanofilipinos ya difuntos y el idioma sepultado con sus osamentas, la población se encuentra en las garras de una amnesia colectiva. El idioma rizalino, el orgullo de los próceres filipinos de antaño, ha sido tergiversado en el oprobio actual.

La barrera mas significativa que impide la recuperación de la identidad hispanofilipina no es idiomática sino mas bien psicológica. De modo que los que abogan por la reivindicación del castellano en Filipinas, sí que enfrentan una lucha tanto titánica como maratónica. Sí que navegan contra corriente, viento y marea.