La influencia filipina en la arquitectura del occidente mexicano (Segunda Parte)

Adolfo Gómez Amador

El desarrollo de la tecnología constructiva derivada de la presencia filipina y de la palma de cocos se dio en sólo dos etapas, la adaptación y el arraigo durante el siglo XVII e inicios del XVIII, y la extensión durante los siglos XVIII y XIX, principalmente en los estados circundantes de la costa del Pacífico; con una particularidad, el estado de Guerrero tuvo su propia cuna pero en una escala menor, ya que existió la presencia de numerosos filipinos provenientes de la nao de China que tenían como destino ese puerto, pero no encontraron las condiciones propicias para poner en práctica de manera tan amplia su iniciativa constructora, como se vio en el caso de la provincia de Colima.

Para que se produjera el la influencia filipina en la arquitectura concurrieron una serie de hechos y circunstancias que a continuación enumeramos.

En primer lugar, la condición histórica de la fundación de la villa de Colima en un tiempo precoz.

En segundo término, las condiciones geográficas determinadas por la existencia de dos puertos en la provincia y del relativo aislamiento respecto a la capital política de la Nueva España.

En tercer lugar, la situación política derivada del conflicto de intereses de la corona y los vecinos de la villa de Colima.

Y por último, las condiciones naturales, tanto geológicas como climáticas, que derivaron en la negativa de la tierra a ofrecer riquezas inmediatas.

El hecho histórico de que la villa de Colima fuese una de las primeras fundaciones españolas en la Nueva España (1523) permitió a los vecinos reclamar un derecho de sangre por ser descendientes de conquistadores y no simples colonizadores. Por otra parte la posición estratégica de la villa respecto a dos puertos hacía reclamar derechos por servicios prestados a la corona. Entre los vecinos predominaba el sentimiento de que la corona estaba en deuda con ellos, y debía permitirles enriquecerse con cualquier bien a su alcance en este territorio; uno de estos medios era la producción y venta en el territorio de la Nueva España del vino de cocos.

La corona tenía el compromiso de defender los intereses de los residentes en la península y proporcionarles la riqueza que también ellos esperaban, una de las formas era la ampliación del mercado para sus productos; debía garantizarles que en los territorios conquistados también se consumirían sus mercaderías, algunos de esos productos eran precisamente los vinos y destilados europeos.

Otras condiciones concurrieron en el fenómeno: las expectativas que suscitaron en los conquistadores los puertos de Salahua y de la Navidad que habían sido uno de los factores para la fundación de la villa, sin embargo su aislamiento respecto a la capital novohispana provocó el rápido abandono tras la exitosa expedición de López de Legaspi-Urdaneta. El cambio fue a favor de un puerto más cercano al centro político de la Nueva España, como era el caso de Acapulco. De haberse mantenido los puertos colimenses como destino principal del comercio con oriente la villa de Colima hubiese tenido una distinta vocación, más ligada al comercio y transporte; sin embargo una vez más las circunstancias geográficas no eran favorables, la orografía se oponía a una integración comercial eficiente con el resto de la Nueva España, y los vecinos hubieron de buscar otras actividades.

Los factores ambientales naturales también fueron desconsiderados con los intereses de los residentes españoles en esta olvidada provincia, la geología y el clima no facilitaron las cosas a sus afanes de prosperidad inmediata: el suelo les negó los minerales preciosos, y la moneda sembrada fracasó gracias a las veleidades climáticas, dado que las huertas de cacao sucumbieron a los continuos huracanes de la región.

La misma indisposición orográfica que les había impedido capitalizar la conquista de Filipinas invalidaba la opción del comercio con productos agrícolas no procesados.

Para alcanzar la buscada fortuna se debería encontrar una opción atractiva en esta tierra, por cierto pródiga; el producto a explotar debería ser preferentemente único en el reino, de poco volumen y gran valor; esta alternativa económica llegó por mar y en paquete, una semilla de tamaño no despreciable, y también un proceso de transformación que convertía en licor el fluido interior de esa exótica planta: el cocotero.

Tan rápido como la reproducción de la semilla se importó la tecnología encarnada en los filipinos. Una vez en la región este grupo étnico se encontró con una posición social muy particular y una situación que les permitió desarrollar su iniciativa constructora que dio lugar a la tecnología que hoy conocemos como palapa.

Como dijimos, un fenómeno con estas características sólo se produce en la provincia de Colima y su diferencia con otras regiones consiste en la actividad especializada de los inmigrantes filipinos. Según estudios previos sobre la presencia oriental en el virreinato ésta se extendió a toda la franja costera, del puerto de la Navidad a Acapulco, y el cultivo de la palma de cocos ocupó un espacio similar; sin embargo dicha presencia se concentró en los valles de Caxitlán en Colima, Zacatula en los límites de Michoacán y Guerrero, y las inmediaciones del puerto de Acapulco. En estas últimas regiones, con la diversificación de su actividad el vino de cocos perdió importancia y se extinguió prematuramente.

En la provincia de Colima, a diferencia de la zona inmediata al puerto de Acapulco donde también hubo una importante presencia de este grupo étnico, los filipinos fueron requeridos por su cultura de la palma. En cambio en Acapulco su presencia obedecía a otra de sus innegables habilidades: la navegación. El requerimiento de sus experiencias con la palma para la obtención de bebidas alcohólicas les permitió desplegar otras habilidades de esa misma cultura, entre ellas la producción de espacios. En otras regiones a donde se extendió su presencia esta actividad resultó más bien marginal. Este acontecimiento tuvo una vigencia temporal limitada y fue durante casi todo el siglo XVII prolongándose apenas a la segunda mitad del XVIII.

Durante este periodo la tecnología asiática fue adaptada por los propios inmigrantes filipinos y adoptada por los naturales. La complejidad del proceso constructivo, que demanda una labor colectiva sincronizada de un equipo de 6 personas, requirió la participación de otras etnias de trabajadores de las huertas de cocos, principalmente negros e indígenas. Gracias al trabajo colectivo en la edificación de las cubiertas, como todavía se realiza en Filipinas y en México, se difundió el conocimiento de esta tecnología.

En dicho periodo esa tecnología arraigó y se convirtió en producto local, durante los siglos XVIII y XIX se fue extendiendo a otras regiones del país, ya entonces en manos mexicanas, especialmente a las costas de lo que fue la Mar del Sur. Jalisco, Nayarit y el resto del estado de Michoacán. Paralelamente se consolidó en su otra procedencia: la de Guerrero incluso, extendiéndose a partir de ahí a algunas regiones más al sur.

El suceso arquitectónico se produjo por las conjugación de las circunstancias a que hemos hecho referencia, de modo muy singular el choque de intereses de los vecinos con la corona; la situación que se dio en el caso de las huertas de palmas fue de un precario equilibrio entre los intereses de los vecinos de la provincia y los de la península.

En una coyuntura histórica con un escenario hipotético donde hubieran prevalecido los intereses locales y sin existir la amenaza permanente contra las palmas, el desarrollo de la industria del vino de cocos la hubiera convertido en una actividad muy extensa, permanente y mucho más próspera; de igual forma se hubiera requerido, incluso intensificado, la importación de mano de obra filipina para el proceso, pero para hacer sentir el ascendiente europeo los orgullosos propietarios españoles hubieran tenido una presencia más permanente en las haciendas y huertas, habrían impreso su propio sello a los espacios generados, las construcciones como destilerías, y viviendas de los trabajadores hubiesen sido de adobe y teja como en las haciendas del otras provincias.

Con la amenaza original del mandato real de tala total de palmas en la provincia, y los permisos provisionales que se extendían por periodos no mayores de diez años, aunque se prolongaron hasta el siglo XVIII, no generaban certidumbre acerca de la actividad y toda equipamiento subsidiario tuvo un carácter temporal y de escasa inversión. En esta circunstancia los empleados importados tenían una solución, conocían procesos constructivos con el mismo material con que trabajaban a diario. Con recursos mínimos podían producir los espacios que requerían en sus actividades cotidianas, estas construcciones durarían justamente los periodos de 8 a 10 años que amparaban las licencias para producir y comercializar el vino.

En la misma coyuntura con un escenario opuesto al anterior y al original, si hubieran imperado los intereses trasatlánticos, en caso de que los vecinos no hubiesen estado en posibilidad de hacer valer sus derechos y hubiera prosperado la iniciativa real de talar todas las palmas, no hubiese existido industria del vino de cocos, es imposible determinar cuál hubiera sido el destino de la villa de Colima. El mandato que ordenaba eliminar las palmas fue muy temprano en el siglo XVII, en 1608 los indios chinos aún se alojaban en lugares muy diversos incluyendo las casas de los patrones en sus huertas y haciendas. Sin palmas este todavía pequeño grupo de filipinos, se hubiera dispersado por el territorio de la Nueva España, o bien regresado a su tierra natal, sin hacer su aporte a la construcción.

Si bien en el transcurso de su presencia estos indios chinos fueron adaptando sus patrones constructivos a las necesidades y recursos locales. Una tecnología equivalente hubiera podido ser desarrollada a partir de la palma de cayaco, pero estaríamos hablando de una tecnología indígena y no de una técnica de origen asiático, no la llamaríamos palapa, tendría una denominación distinta, otro sería el proceso y otra sería la historia.