Manuel García Castellón (University of New Orleans) El libro de Villarroel quiere mostrar el curso de las relaciones entre entre Jose Rizal y la Orden Dominica, en especial en lo concerniente a la Universidad de Santo Tomás. A fin de reconciliar al héroe nacional con la buena imagen de la institución univesitaria, el autor comienza apuntando la posible influencia de Paciano Rizal respecto al anticlericalismo de José, su hermano menor. Para Villarroel, Rizal por sí mismo no tendría razones para haber engendrado la aversión anti-dominica que marcó su sino de novelista y mártir. Paciano, en cambio, ha vivido en casa del célebre Padre Burgos, defensor de los derechos del clero filipino y ejecutado por los españoles en 1872. Con todo, Villarroel (dominico él mismo) no parece aceptar la posibilidad que Paciano, por haber simpatizado con Burgos y sus ideales, fuese represaliado en la universidad, y por consiguiente, influir posteriormente en su hermano José en cuanto al rechazo del régimen clerical de Filipinas. Tampoco parece bastarle el propio testimonio de José Rizal quien diría en sus Memorias de un estudiante que su hermano Paciano tuvo que dejar la Universidad por ser liberal, haber vivido con Burgos y, por consiguiente, merecer la censura de los frailes. No aclara las razones por las que, en 1872, año de la ejecución de los PP. Burgos, Gómez y Zamora, la mitad de los estudiantes de Leyes de Santo Tomás, "Paciano entre ellos", no se presentan a examen. Por nuestra parte, nos permitmos colegir una represalia general al grupo de los escolares ilustrados y solidarios con los ejecutados sacerdotes, o al menos una espantada de protesta frente al clerical claustro. Villarroel hace notar en el cap. 2 que la prosperidad alcanzada por la famiia Rizal se debe a su buena relación con los dominicos quienes arriendan a aquellas fértiles tierras de Calamba. Pasa revista la brillante ida escolar de Rizal durante sus años de alumno en el Ateneo, y finaliza diciendo que la institución aun dirigido por los PP.Jesuitas estaba en último término bajo juridicción de la Universidad de Santo Tomás. Son, pues, dominicos quienes establecen el curriculum escolar y quienes finalmente examinan a los candidatos para otorgarles el título de Bachiller en Artes. El cap. 3 constituye una apasionada defensa del tomismo a lo largo de su historia. Se lamenta de que Rizal, en sus Memorias de un estudiante, no aluda a la brillante vida intelectual de la U. de Sto. Tomás en aquellos años. Afirma que el liberalismo filosófico que contaminó a Rizal está constituido por el eerror básico de no reconocer la existencia de Dios. De dicho liberalismo, dice, se deriva la afirmación de las libertades modernas, i.e., de pensamiento, prensa, palabra, enseñanza, conciencia, las que con toda su dignidad y popularidad no son verdaderas libertades a menos que presupongan la existencia de leyes, en definitiva la ley divina (49). Tras recordar las condenas papales no sólo los errores modernistas, sino también ateo, que, como Lacordaire o Lammenais, intentaron casar fe y filosofía atea (49), Villarroel exalta el neo-tomismo de Sanseverino y Sordi y a sus seguidores españoles, y los PP. Jaime Balmes y Ceferino González, este último profesor de filosofía en Santo Tomás de Manila. Villarroel afirma que el tomismo es filosofía perenne, tradición viva y preogresista capaz de renovarse a sí misma y de asimilar los nuevos descubrimientos de la ciencia. Por tanto, pone en duda la afirmación de Retana cuando éste asegura que aquel imperante tomismo acientífico sólo producía sofoco en un espíritu de ciencia como el de Rizal. Dice en cap. 4 que a apartir de 1840 la Universidad de Sto. Tomás, a instancias del poder peninsular, no para de introducir mejoras, si bien surgían a menudo dificultades al ser aquellos decretos inaplicables a las islas (62). Con ello se refiere sin duda a la resistencia de los dominicos ante los intentos de secularización de la enseñanza por parte de ministros krausistas como Segismundo Moret (hacia 1870) y Manuel Becerra (hacia 1886). Villarroel, escribiendo en 1984, aquel decreto de Moret tendente a secularizar la Universidad todavía no le parece ni ilustrado, ni progresista, ni siquiera práctico (63). Más bien ve oportuno que el conservadurismo de Amadeo de Saboya archive el proyecto Moret. Lo que sí se aprovecharía entonces de dicho decreto fue el imperativo de crear facultades de Farmacia y Medicina en la vieja institución dominica, las cuales se abren en 1871. En este sentido, la generación de Rizal es en verdad afortunada, dice el autor, y añade que la creación de aquellas Facultades, aunque urgida por Moret, se debió más bien a exigencias de la misma Universidad y postergadas por los distintos gobiernos. Dice que, a partir de entonces, el doctorado sería requisito para impartir la enseñanza que se enriquece el Museo de Historia Natural con especies disecadas y minerales, y que hacia 1877, el programa de estudios estaba totalmente asimilado al de las Universidades peninsulares. Señala en el cap. 5 que los grados obtenidos en Medicina por Rizal (ingresado en la U. en 1877) no son extraordinarios. Ello se debe a cierta falta de concentración debida a sus múltiples intereses (artísticos, literarios, humanísticos, deportivos...), idéntica tendencia cuando se transfiera a la Universidad de Madrid. El cap. 6 habla de los primeros amores, de las pensiones estudiantiles, de la presidencia por parte de Rizal de una sociedad secreta juvenil, prefigurando lo que ocurriría años después con la Liga Filipina. Trata el cap. 7 de la actividad política de Rizal. Aprende retórica en el Ateneo con el P. Francisco de Paula Sánchez, S.J. Sus primeras composiciones son las propias de cualquier joven patriota español, con alabanzas a Colón y Elcano, por ejemplo. Maneja con soltura estrofas y metros, dejándose influir por toda una gama de vates españoles, desde los renacentistas cual Garcilaso a los post-románticos cual José Selgas y Espronceda. De la poca tomasina de Rizal quedan siete poemas, entre los que descuella A la juventuda filipina, escrito en diez correctas liras, y donde la expresión Patria mía es ambigua, i.e., si referida a Filipinas o la España imperial. Analiza el cap. 8 el modo y la razón del viaje de Rizal a la Península en 1882. Según su propio diario, el joven decide marchar sin anunciarlo a los padres. Su hisorial académico va reguñarmente expedido y firmado por el Secretario General de la Universidad filipina. Villarroel summariza las razones hasta la fecha dadas por distintos autores para la súbita partida de Rizal: deseo de ampliar conocimientos, por insatisfacción con lo que entonces podía adquirirse en Sto. Tomás; rumores de que estaba en la lista negra del Gobernador; animosidad por parte de algunos profesores, etc.Villarroel, siempre protector de la buena imagen de la Universidad, descarta un supuesto disgusto de Rizal por trato injusto de la Universidad, pues fue en la de Madrid, y no en la de Sto. Tomás de Manila, donde en realidad se quejó Rizal de sus malas notas (171). Más bien deja la universidad dominica sin sentimientos, incluso contra el parecer de aquellos profesores dominicos que se preocupaban por él (173). Se cita también la enigmática recomendación de Paciano, quien dice a José que se encamine a España no tanto para perfeccionarse en Medicina cuanto para que se dedique a aquellas cosas para las que tiene más inclinación. Descartado también un disgusto con los dominicos arrendatarios de la finca familiar, para quienes Paciano, en una carta a José, pide les muestre amabilidad y reconocimiento, ya que han dispensado importantes favores a la familia. En el cap.9 se cuenta que, sin mucho entusiasmo, Rizal anuncia a los suyos que por fin es médico por la Facultad de San Carlos de Madrid. Más interesado parece en sus posteriores estudios de Filosofía y Letras, con calificaciones brillantes. Entretanto, asistimos al desarrollo de los sentimientos patrióticos de Rizal. Para Villarroel, será la educación universitaria recibida en Manila que provea a Rizal de bases intelectuales para su futura evolución nacionalista, transmitida luego a toda Filipinas en una revolución nacional que se adelanta en medio siglo a la de cualquier otra colonia europea de Asia. Villarroel también reconoce a Rizal de haber sido el lider intelectual del grupo de estudiantes filipinos de Madrid, sacándolos de su marasmo de dandies exóticos y perezosos al instilar en ellos los primeros ideales de nacionalismo y regeneración individual y nacional. La noticia de su encendido y espontáneo discurso de tono emancipante, con motivo de la concesión de galardones a los pintores filipinos Luna e Hidalgo, causa revuelo e inquietud en Filipinas, según le comunica su hermano Paciano. Entre tanto, la Sra. Rizal se alarma al saber que su hijo ha dado muestras de abdicar su fe católica. Lamenta Villarroel que la Universidad de Sto. Tomás no hubiese preparado mejor a sus estudiantes para los desafíos del moderno racionalismo. Por su parte, en la Universidad de Madrid, prima el deismo krausista, doctrina que sin duda alcanza a Rizal a través de sus amigos y mentores Miguel Becerra, ministro de Ultramar, y Miguel Morayta, rector de la Universidad y profesor de historia, ambos krausistas y masones, y favorecedores de la causa secesionista de las colonias. Rizal, aparte de volteriano, ya es formalmente miembro de la masonería hacia finales de 1880. Para Villarroel, es pues en Europa donde Rizal definitivamente adquiere su mentalidad anti-clerical. Le parece injustas o fuera de lugar las caricaturizaciones que la Orden franciscana sufre en las novelas de Rizal. Observa asimismo que los ataques la Orden dominica son escasos en la primera de sus novelas, Noli me tangere, más bien centrados en dos caracteres que no en la Orden misma. Añade también, y este dato nos parece importante, que las diferencias económicas entre la familia de Rizal y los dominicos terratenientes de Calamba no comienzan hasta después de publicarse la controversia novela. Noli me tangere, juzgada por un comité de censura dominico, es tildada de anticatólica y contraria a los intereses de España. Rizal nunca sería informado de esta censura, la cual es transmitida secretamente por el arzobispo dominico al Gobernador General. No dice Villarroel que los censores dominicos han actuado como virtuales agentes del sistema colonial. Tampoco ve necesario informar al lector del problema de Calamba, el cual, como es sabido, afectó no sólo a los de Rizal sino a otras familias arrendatarias de la Orden dominica, las cuales hallaron excesiva una subida de exacciones tributarias. No es el propósito de este estudio dar una cobertura completa acerca del problema agrario, sino revisarlo superficialmente, sin intentar dar un juicio sobre el mismo. Rizal, ante el conflicto, eleva una petición al gobierno poniendo en duda los títulos de propiedad de los frailes. Le siguen otros varios arrendatarios, quienes son llevados juicio y, por supuesto, lo pierden incluso ante las más altas instancias del poder metropolitano. Villarroel no reconoce aquí lo que nos parece obvio: que prevaleciese no tanto la justicia cuanto la inmensa influencia monacal. Con todo, al aludir al incidente ocurrido entre las familias agricultoras y sus pecheros, Villarroel utiliza términos que, de paso, no pueden por menos denigrar a Rizal y a su gente. Dice que, con "sus acciones, José deja a su región en un estado de intranquilidad y confusión, tanto social como espiritualmente, causa ello de que los campesinos se nieguen a pagar el justo canón debido a la Orden dominica"(202). Los dominicos aparecen como agentes de persuasión, mientras que los arrendatarios, en la pintura de Villarroel, con presentados como recalcitrantes. Los agentes de la ley, con 150 soldados, destruyen algunas casas (202) que ni merecen en el nombre de tales (204) para obligar a los aparceros que vaquen las tierras, y que la ejecución de la sentencia fue llevada a cabo sin excesiva crueldad (201). Por implicación, el autor parece sostener que la tierra no pertenece a las familias tagalas que trabajan con su sudor, sino a los frailes españoles, porque estos fuesen incapaces de mostrar válidos títulos de propiedad, y que dicha propiedad sería refrendada años más tarde nada menos que por la justicia de William H. Taft, primer Gobernador Civil norteamericano de las islas (203). Así se refiere Villarroel la componenda de Taft, buen político en cuanto a apaciguar a aquellos frailes españoles que todavía ejercían influencia en los estamentos sociales altos. Dice asimismo Villarroel que las subidas de arriendo juzgadas usurarias por los arrendatarios estaban justificadas, y que la falta de pago se debía a que éstos se jugaban el dinero en casa de la hermana de Rizal, virtual garito (203). Le parece absolutamente cierto que Rizal manipulara el incidente ocurrido entre las familias con los frailes para hacer avanzar su causa independista (203). El cap. 10 está dedicado a la Univesidad, según pintada ésta en la novela El filibusterismo. Rizal, que escribe su segunda novela incentivado por el éxito de la primera, experimenta al tiempo no sólo graves dificultades económicas (tanto personales como familiares), desplazamientos internacionales--Londrés, París, Bruselas, Madrid--y sobre todo la gradación de su pensamiento hacias posturas más radicales y revolucionarias respecto a Filipinas y su futuro. Según Villarroel, el hecho de que Rizal haga de la Universidad de Santo Tomás uno de los temas parciales de El filibusterismo puede deberse al hecho de que los dominicos estaban empeñados en un litigio legal con la familia de Rizal (211), y no por experiencia negativa alguna durante los años estudiantiles de Rizal (243). Más bien, el compromiso adquirido por el autor de satisface a una audiencia cada vez más radical, le obliga a descreditar el gobierno colonial y los institutos religiosos, lo cual logra con todas las armas entonces disponibles para un racionalista liberal decimono (243). De paso, Villarroel, acertadamente apunta que, Noli me tangere procura una lectura más fácil debido a su acción y moción, y su ironía volteriana. El filibusterismo es obra más reflexiva, discursiva y dialéctica; que el Noli se escribió bajo la vana ilusión de que la asimilación de España era todavía posible; en el Fili, en cambio, se abandona tal ilusión y se crea una atmósfera de revolución y cisma político. Ibarra, héroe del Noli, sueña con edificar una escuela, mientras que Simoun,siniestro protagonista del Fili, es un anarquista que piensa reducir a cenizas el orden existente, demolerlo todo a base de dinamita y bombas (ibid). Los personajes abyectos del Fili son, ante todo, los Dominicos dueños de la hacienda de Calamba y gestores de la Universidad manilense. Son ellos los que, con sus arbitrarias elevaciones de tasas y su acoso acreedor provocan la revuelta y obligan al arrendatario Cabesang Tales a unirse a una partida de tulisanes bandidos rurales. Con buen criterio literario, Villarroel halla intertextualidades del lopesco Fuenteovejuna en el episodio del crimen de uno de los exactores de impuestos. Respecto a los personajes estudiantiles de Isagani, Basilio, Makaraig, Pecson, Plácido, el mismo Simoun...todos ellos son trasuntos de distintas facetas del mismo Rizal en cuanto testimonio y víctima de las arbitrariedades de los frailes y del falso orden colonial; Sandoval, peninsular liberal y solidario de la causa filipina (posiblemente el masón Benigno Quiroga, director por breve tiempo de la Administración Civil filipina); Tadeo y Peláez, tipificaciones del estudiante filipino faldero, bebedor, negligente y sin ideología, cuando no verdaderos dúplices que explícitamente sirven al sistema de violencia institucionalizada. En cuanto a los profesores de Sto. Tomás, Fr. Millón, aun con su mucha indudable ciencia, no se libra de la irracionalidad impuesta por la tradición religiosa, albergando todavía dudas de que la tierra fuese redonda (235); peor aún, pedagógicamente es un desastre y humilla a los estudiantes. Fr. Sibyla, Vicerrector universitario, se opone tenazmente a la creación de una institución de altos estudios de lengua y literatura castellanas. Fr. Fernández es la excepción: profesor de una de las materias médicas, observa un talante científico, abierto, juicioso, amable. Se lamenta Villarroel de que la figura del ficticio P. Fernández (en la que identifica al real P. Fernández Arias, amigo de Rizal y gran profesor) haya sido la menos estudiada por los críticos rizalinos, más preocupados en espigar situaciones de anticlericalismo y anticolonialismo. Afirma Villarroel en el cap. 11 que el propósito de Rizal, según se advierte en el Fili, es contribuir al fin del dominio español en Filipinas. Para ello se le hace necesario difamar sin ambages a los frailes, toda vez que éstos, con su Universidad, son los fieles garantes del dominio español. Justifica Villarroel la alarma surgida entre el monacato, ya que Rizal publica sus novelas en un momento en que vuelven a mostrarse en Madrid los intentos liberales por secularizar la Universidad filipina. La llegada a Manila en 1887 del nuevo Gobernador Civil José Centeno y del Administrador General Benigno Quiroga, ambos liberales y masones, inquietan más a los regentes universitarios. Ahora es cuando Villarroel admite que la Universidad no poseía la Facultad de Filosofía y Letras ni de Ciencias, y que tanto el Museo de Historia Natural como la Biblioteca estaban pobremente dotados. Por consiguiente, afirma el autor, las novelas de Rizal, así como cualesquiera otros ataques intelectuales concomitantes (vg. reportes anónimos enviados al Ministerio de Ultramar por filipinos filibusteros residentes en la misma Corte) forzosamente activaron una alerta de máximo grado en la institución dominica. Siempre en defensa de la Universidad, Villarroel dice que la penuria de medios era más bien imputable al Gobierno, tacaño en cuanto a ampliar el presupuesto de la institución y renuente a que ésta pudiese discernir grados doctorales. Sostiene que aun enemigos del liberalismo y decididamente tomistas, los mejores profesores de Santo Tomás (como Del Prado y Fernández Arias) no eran insensibles a los signos del tiempo. Con todo, en sus informes críticos sometidos al Provincialato estos dos dominicos probablemente exageraron las deficiencias de la institución al sugerir su adaptación a las accidentales mudanzas del siglo (249). En frente de Madrid, la Universidad tiene sus peores detractores entre los jóvenes propagandistas filipinos. Se distingue entre éstos el bicolano Panganiban, quien se había costeado sus estudios iniciales en Manila sirviedo como criado en un convento. Panganiban, en un artículo publicado en La Solidaridad, órgano del movimiento Propaganda, denuncia la falta de libertades académicas en Santo Tomás; el obligado juramento al ideario del centro; la recluta profesoral no por méritos evidentes u oposición sino por nominación favoritista; la falta de un hospital universitario y laboratorios adecuados. Villarroel concede que Panganiban, viendo las cosas desde la espléndida atalaya europea, no le falta razón en algunos puntos, pero lamenta la ingratitud de quien, habiendo recibido especiales favores (matrícula y pensión a cambio de humillantes servicios domésticos, añade quien esto escribe) fue capaz de olvidar la gratitud debida, dejándose imbuir de la mentalidad liberal masónica una vez se halló en Madrid. Recuerda el autor-historiador que, ante los rumores de desamortización y destitución de funciones docentes, los frailes se movilizaron, enviando telegramas a las autoridades madrileñas y advirtiéndoles que las reformas previstas por el Ministro Becerra serían funestas para el futuro español de las islas. Una mera fortuna favorece a los religiosos cuando en 1890 cae el gobierno liberal de Sagasta, sucediéndole entonces el conservador Cánovas del Castillo. Esta circunstancia será lamentada por Rizal en las páginas de La Solidaridad. A los frailes no les faltan defensores en Madrid, cual el misterioso Licenciado Valinau (quizá Wenceslao Retana), autor de un ensayo apologético en ocho entregas en el periódico La política española en Filipinas. Este corto periódico de paz gozado por la Universidad termina con la Revolución encabezada por el Katipunan. Esto coincide, en 1896, con la inauguración, por fin, de las facultades de Ciencias y Letras. Por fin, según el cap. 12, la relación de Rizal y la Universidad de Santo Tomás aparece hasta en las últimas horas del héroe en la tierra. El Padre Nozaleda, antiguo vicerrector de la Universidad, es promovido a Arzobispo de Manila en 1891. Rizal regresa a Filipinas un año después. Desengañado por una serie de reveses--muerte de su amigo Panganiban, enemistad con Del Pilar y Lete, enfrentamiento con Retana--regresa a Manila esperando hacer ahora del archipiélago su teatro de operaciónes subversivas. Empero, inmediatamente es deportado a Dapitan. Desde allí, en una correspondencia mantenida con su amigo el jesuita P. Pastells, deja ver toda su apostasía. Tras cuatro años de confinamiento en Dapitan, a Rizal se le permite dejar las islas y embarcarse para España con ulterior propósito de ir a Cuba como médico de campaña. Desde Barcelona es devuelto a Filipinas bajo nueva acusación de haber instigado la revuelta filipina que estalla en su ausencia. Antes de ser ajusticiado, Rizal abjura ante dos jesuitas del ateismo y de la masonería. Como se sabe, dicha conversión será puesta en duda incluso negada por los primeros biógrafos de Rizal (i.e., Wenceslao Retana y Rafael Palma). Aparte de los testimonios de dichos jesuitas, al parecer fidedignos, en 1935 se descubre el texto manuscrito de la retracción de Rizal, reconocido por peritos calígrafos. Para Villarroel, el hecho de que los dominicos no se personen en la celda del emplazado no se debe a que éstos se sientan impresentables ante quien tanto abominaba de ellos, sino que el mismo Arzobispo dominico, Fray Bernardino Nozaleda, conocedor de la estima de Rizal por los jesuitas, le despacha un grupo de estos para que le persuadan de retraerse. Los jesuitas llevan un formulario de retracción emitido por el mismo Arzopispo con objeto de que el infeliz lo firme. Permítasenos pensar que el formulario, una vez cumplimentado y firmado, habría constituido todo un trofeo apostólico para Mgr. Nozaleda. Sin embargo, según Villarroel, Rizal no aceptaría el texto de Nozaleda, recurriendo a otro más simple y emitido por los padres jesuitas. Tras la retracción, en la que confiesa hijo de la Iglesia, abjura de la masonería y pide perdón por el posible escándalo que hayan causado sus actos (sic), recibe los Sacramentos y contrae matrimonio canónico con su amante Josephine Bracken. Acto seguido, el 30 de diciembre de 1896, Rizal es ejecutado en Bagumbayan. Al final del capítulo, Villarroel se hace la siguiente pregunta: "¿Pudo el Arzobispo Nozaleda haber hecho algo más por su estudiante? ¿Pudo haber pedido un indulto para el prisionero?"(285). A nuestro juicio, la pregunta huelga, o la respuesta es simplemente sí. De sobra es conocido el omnímodo poder que detentaba la orden dominica, y máxime a través de un miembro que había alcanzado el solio arzobispal. Villarroel afirma que es el Gobernador Polavieja quien se habría opuesto a toda petición de indulto, toda vez que se creía a Rizal instigador y parte de la Revolución que ya había estallado en varios puntos del país. La muerte de Rizal lo corona de gloria, dice el autor, y años más tarde, la Universidad colocaría a su nombre en el "Arch of the Centuries". Villarroel no dice que tal homenaje sería más bien una medida del más puro populismo, a nuestro parecer, cuando ya hasta los americanos, celosos de una España todavía vista como rival cultural, y a fin de denigrarla como cruel madrastra de Filipinas, habían contribuido a deificar la figura de Rizal ante el pueblo malayo. A pesar de nuestras disconformidades con el iluste P. Villarroel, creemos que su libro provee una de las más interesantes biografías de Rizal, esta vez bajo el prisma de sus especiales relaciones con la Universidad de Santo Tomás. El tema es de todo punto acertado, y el estudioso de Rizal hallará en estas páginas infinidad de datos hasta entonces inéditos. El autor hace gala de exhaustivo conocimiento sobre la vida y circunstancia del héroe, así como del fondo histórico. El interés en la lectura se muestra a partir del primer capítulo, y jamás decae. Al final, un elegante epílogo resume los puntos principales y pone una vez más de manifiesto la deuda de Rizal con su educación dominica. Por supuesto, prevalece un esprit de corps a lo largo de la
narración, es decir, en todo momento, las órdenes religiosas--en especial
la dominica--son objeto de apologética y más aún, presentadas como
ejemplares y veladoras por la calidad de la enseñanza y la correcta
formación de los estudiantes a ellas confiados. Por supuesto, no hay
nada parecido a un reconocimiento del carácter heroico de Rizal.
Aquí, el único héroe posible del libro del P. Villarroel es la
Universidad de Santo Tomás misma, capaz de haber educado a la generación
revolucionaria y haberle dado los medios intelectuales (y a Rizal con
ella) para contribuir a la génesis de la nacionalidad filipina.
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