Miguel de UNAMUNO: EPÍLOGO A RIZAL (2ª Parte) Salamanca, 19 y 20, V, 1907. (Miguel de unamuno escrbió, once años después de la muerte de Rizal, un epílogo, más bien un homenaje, a este patriota filipino, en ocho partes. Publicamos en este número, las cuatro últimas partes de su epílogo.--EF)
V. EL FILIBUSTERO Ya tenemos aquí el mote, el chibolete . Oigamos á Rizal mismo lo que nos dice en el capítulo XXXV, "Comentarios", de su Noli me tángere: "Los padres blancos han llamado á D. Crisostomo plibastero. Es nombre peor que tarantado (atolondrado) y saragata , peor que betelapora, peor que escupir en la hostia en Viernes Santo. Ya os acordáis de la palabra ispichoso, que bastaba aplicar á un hombre para que los civiles de Villa Abrille se le llevasen al desierto ó á la cárcel; pues plibastiero [sic]es peor. Según decían el telegrafista y el directorcillo, plibastiero dicho por un cristiano, un cura ó un español á otro cristiano como nosotros, parece santus deus con requimiternam; si te llaman una vez plibastiero, ya puedes confesarte y pagar tus deudas, pues no te queda más remedio que dejarte ahorcar." ¡Qué precioso pasaje! ¡Cuán al vivo se nos muestra en él ese terrible poderío que ejercen las palabras donde las ideas son miserables ó andan ausentes! Ese terrible plibastero ó filibustero, lo mismo que hoy el mote de separatista, era un chibolete, una mera palabra tan vacía de contenido como el vacío ¡viva España! con que se quería y se quiere rellenar la inanidad de propósitos. Tiene razón Retana; "si los enemigos de Rizal hubiesen visto el dibujo que éste hizo de su casa de Calamba, y que mandó al profesor Blumentritt, habrían dicho que el dibujo ¡era también filibustero!" (página 145). Y tiene razón al añadir que las doctrinas de Rizal respecto á Filipinas no iban más allá que van respecto á Cataluña ó á Vasconia las de muchos catalanes y vascongados á quien se les deja, por hoy al menos, vivir tranquilos. Fueron los españoles, hay que decirlo muy alto, fueron sobre todo los frailes -- los zafios é incomprensivos frailes -- los que estuvieron empujando á Rizal al separatismo. Y las cosas se repiten hoy, y son los demás españoles los que se empeñan en impulsarnos á catalanes y vascos al separatismo. Oigamos lo que dice en el capítulo LXI de Noli me tángere un personaje de Rizal, es decir, uno de los varios hombres que en Rizal había. Dice: "¡Ellos me han abierto los ojos, me han hecho ver la llaga y me fuerzan á ser criminal! Y pues que lo han querido, seré filibustero, pero verdadero filibustero; llamaré á todos los desgraciados... Nosotros, durante tres siglos, les tendemos la mano, les pedimos amor, ansiamos llamarlos nuestros hermanos; ¿cómo nos contestan? Con el insulto y la burla, negándonos hasta la cualidad de seres humanos." Y así llegó Bonifacio, el bodeguero, el no intelectual, é hizo la revolución. ¡Filibustero! Volved á leer en la página 262 de este libro lo que la prensa de la Metrópoli, esta miserable é incomprensiva prensa, una de las principales causantes de nuestro desastre, dijo de Rizal. Lo mismo que dijo de Arana. Tiene razón Retana al decir que el ideal separatista mismo es lícito, como ideal, en la Península. Se puede discutir la Patria; es más, debe discutírsela. Sólo discutiéndola llegaremos a comprenderla, á tener conciencia de ella. Nuestra desgracia es que España no significa hoy nada para la inmensa mayoría de los españoles, y una nación, lo mismo que un individuo, languidece y acaba por perecer si no tiene más resorte de vida que el mero instinto de conservación. La España del ¡viva España! sacrílego que se lanzó sobre el cadáver de Rizal es la España de los explotadores, los brutos y los imbéciles; la España de los tiranuelos y de sus esclavos; la España de los caciques y los dueños de grandes latifundios; la España de los que sólo viven del presupuesto sin ideal alguno. Rizal quiso dar contenido á España en Filipinas, y como para llenar ese contenido sobraban frailes y brutos, á Rizal se le acusó de filibustero. En la tristísima acusación fiscal contra el gran español y gran tagalo -- de ella trataré en seguida -- se decía que á España le sobraban alientos y energías para no tolerar que el pabellón español dejase de flotar en aquellas regiones descubiertas y conquistadas por la intrepidez y el arrojo de nuestros antepasados; y á estas frases, de detestable y perniciosa retórica, les pone Retana un comentario muy justo. Las Islas Filipinas, en efecto, no fueron conquistadas con arrojo y con intrepidez, sino que fueron ganadas por medio de la persuasión y pactos con los régulos indígenas, sin que apenas se derramara la sangre. "El general en jefe de la conquista --añade Retana -- llamóse Miguel López de Legazpi, un bondadoso y viejo escribano que en los días de su vida desenvainó la tizona." Sí; las Filipinas las ganó para España mi paisano Legazpi -- uno de los hombres más representativos de mi raza vasca, como lo fue también muy representativo de ella, la suya y la mía, Urdaneta; -- y las ganó con el cerebro y no con el otro órgano de donde han sacado sus determinaciones no pocos de los conquistadores á lo Pizarro, de espada y tranca. Así, con el cerebro, las ganó Legazpi, el bondadoso escribano vasco. Y ¿cómo se perdieron? Vamos á verlo. Veamos el proceso de Rizal. VI. EL PROCESO Al llegar á esta parte de mi trabajo me invade una gran tristeza, y á la vez la conciencia de la gravedad de cuanto tengo que decir. Los hechos que voy á juzgar pertenecen ya á la Historia, aunque vivos los más de los actores que en ellos intervinieron. Para todos personalmente quiero las mayores consideraciones. Dios y España les perdonarán lo que hicieron, en atención á que lo hicieron sin saber lo que se hacían y obrando, no como individuos concientes de sí mismos y autónomos, sino como miembros de una colectividad, de una corporación enloquecida por el miedo. El miedo y sólo el miedo, el degradante sentimiento del miedo, el miedo y sólo el miedo fue el inspirador del Tribunal militar que condenó á Rizal. Dice Retana hablando del fusilamiento de Rizal que, "afortunadamente, á España no le alcanza la responsabilidad de los errores cometidos por algunos de sus hijos" (pág. 188). Siento discrepar aquí de Retana. Creo, en efecto, que desgraciadamente le alcanza á España responsabilidad en aquel crimen; creo más, y lo digo como lo creo: creo que fue España quien fusiló á Rizal. Y le fusiló por miedo. Por miedo, sí. Hace tiempo que todos los errores públicos, que todos los crímenes públicos que se cometen en España, se cometen por miedo; hace tiempo que sus corporaciones é institutos todos, empezando por el Ejército, no obran sino bajo la presión del miedo. Todos temen ser discutidos, y para evitarlo pegan cuando pueden pegar. Y pegan por el miedo. Por miedo se fusiló a Rizal, como por miedo pidió el Ejército la aborrecible y absurda ley de Jurisdicciones, y por miedo se la votó el Parlamento. El escrito de acusación del señor teniente fiscal D. Enrique de Alcocer y R. De Vaamonde es, como el dictamen del auditor general D. Nicolás de la Peña, una cosa vergonzosa y deplorable. Es decir, lo serían si estos señores hubiesen obrado por sí y ante sí, autonómicamente, y no como pedazos de un instituto y de una sociedad sobrecojidos por el miedo. Retana ha desmenuzado la horrenda y desatinada acusación del Sr. Alcocer. En el fondo de todo ello no se ve más que el miedo y el odio á la inteligencia, miedo y odio muy naturales en el instituto á que los señores Alcocer y Peña pertenecían. Dice Retana que fusilar á Rizal por los motivos por que le fusilaron, es como si en Rusia se intentase fusilar á Tolstoi. Creo que buenas ganas se les pasan de ello á no pocos. Yo sé que cuando se sustanciaba en Barcelona, hace ya años, el proceso por el bárbaro atentado del Liceo, el Juez militar que actuaba en él y tenía la colección de una revista en que colaboramos mi compañero de claustro el Sr. Dorado Montero, prestigiosísimo criminalista, y yo, se dejó decir: "A estos, á estos dos señores catedráticos quisiera yo atraparlos y verían lo que es bueno." Si hubiera sido en Filipinas, á estas horas mi compañero el Sr. Dorado Montero y yo dormiríamos el eterno sueño de los mártires del pensamiento. Lo más terrible de la jurisdicción militar es que no sabe enjuiciar; es que la educación que reciben los militares es la más opuesta á la que necesita quien ha de tener oficio de juzgar. Pecan, no por mala intención, sino por torpeza, por incapacidad. Y pecan unas veces por carta de más y otras por carta de menos. En una corporación cualquiera, y muy en especial en el Ejército, la inteligencia individual y la independencia de juicio llegan á considerarse como un peligro. El que manda más es el que tiene más razón. La disciplina exige someter el criterio personal á la jerarquía. Sólo á este precio se robustece el instituto. Y así en el Ejército, y, lo que es más, hasta en el Profesorado en cuanto Cuerpo, siendo como es su misión difundir la cultura, se mira con recelo y hasta se odia calladamente á la inteligencia individual. Sabidas son las conminaciones de los Santos Padres á ella; sabido es cuanto han dicho de los que se creen sabios. La inteligencia, se dice, lleva á la soberbia; hay que someter el juicio propio. Y esto, que es natural y es disculpable, pues arranca de un principio de vida de toda corporación ó instituto, esto se agrava cuando estos institutos se encuentran en forma de desarrollo rudimentario. Cuanto menos perfecta es una corporación, tanto mayor es el miedo y el odio á la inteligencia que en ella se desarrolla. Y nuestro ejército, como ejército -- lo mismo que nuestro clero, como clero, y nuestro profesorado, como profesorado -- se encuentra en un estado muy rudimentario de desarrollo. Su inteligencia colectiva es inferior al promedio de las inteligencias individuales que la componen, con no ser este promedio, como no lo es en España, muy elevado. Pero esa su inteligencia colectiva rudimentaria tiene cierta conciencia, aunque oscura, de su rudimentariedad, y trata de defenderse contra las inteligencias individuales corrosivas. Dudo que haya ejército en que se abrigue más indiferencia, cuando no desdén, respecto á las inteligencias individuales que dentro de él hay, como en el nuestro, y dudo que haya otro en que se rinda tanto culto al arrojo ciego, al coraje instintivo. Son legión los militares españoles que contestarían lo que se dice contestó Prim á un general extranjero que le preguntaba cómo se hacen las guerrillas; son legión los que, á pesar de las lecciones presenciadas y no recibidas, siguen creyendo que la guerra no se hace con el cerebro principalmente, sino con lo otro. Y lo otro no es tampoco el valor. Porque el valor tiene más de cerebral que de testicular. Y en todo caso es cordial. Y entiéndase bien que esto que digo de nuestro ejército lo aplico mutatis mutandis á las demás instituciones, empezando por aquella á que pertenezco. Es -- se me dirá -- que en el proceso de Rizal anduvieron auditores de guerra, verdaderos letrados! El letrado que ingresa en la milicia, para formar parte del Cuerpo jurídico militar, lo mismo que los demás auxiliares, se asimilan el espíritu general del Cuerpo. El uniforme, estrecho y rígido, puede en ellos más que la amplia toga. Desde el día mismo en que se le pone quilla á un buque de guerra en el astillero tiene ya su dotación completa, y allí el comandante manda más que el ingeniero naval. Me decía un médico de la Armada en cierta ocasión: "¿Usted creerá que al entrar un buque en fuego y tener que jugar la artillería, la maniobra estará supeditada á lo que el oficial de artillería ordene? Pues no, señor; allí manda el comandante. Y si no se les ocurre curar á los heridos ó decir misa, es porque desdeñan estas funciones." Y así en todo en la milicia. Los combatientes, aquellos cuya función propia es pelear, desdeñan á los Cuerpos auxiliares; pero éstos, los auxiliares, tratan siempre de asimilarse á aquéllos, aunque acaso también desdeñándolos. Aquello del desdén con el desdén es una fórmula genuinamente española. Los letrados que intervinieron en el proceso de Rizal lo hicieron como militares, y como militares, influídos por aquellos desdichados frailes y sus similares, dominados por el miedo. A la luz de estas consideraciones dolorosísimas hay que leer la vergonzosa acusación contra Rizal, y el dictamen y el informe. Cierto es que la defensa del Sr. Taviel de Andrade es un documento de serenidad y de juicio; pero ¡qué obligada timidez en ella! Hay, de todos modos, que salvar al defensor; el miedo no hizo en él tanta presa. El pobre auditor Sr. Peña se metió á juzgar de la capacidad intelectual del acusado, y esto me recuerda las tonterías del magistrado que al absolver la Madame Bovary, de Flaubert, se metió á juzgar de su mérito literario, lo que le valió aquel soberano ramalazo del gran novelista, que no podía consentir que un magistrado vulgar se metiese á criticar desde su sitial de administrar justicia. Es natural que en el ambiente de miedo que se respiraba en Manila en los días del proceso de Rizal fuera difícil evadirse del contagio. Hay que leer en este libro cómo los que se llamaban ministros de Cristo predicaban el exterminio. Es su costumbre; quieren meter la fe, ó lo que sea, en las cabezas de los demás rompiéndoselas á cristazos. Repito que fue España la que fusiló á Rizal. Y si se me dijese que aquí no se fusila ya por ideas y que aquí no se habría fusilado á Rizal, contestaré que es cierto, pero es porque aquí estamos más cerca de Europa. Y Europa, además, cuando se trata de atropellos que una nación comete en sus colonias, se encoje de hombros, pues ¿cuál de sus naciones está libre de esta culpa? La ética de una nación europea es doble y cambia cuando se trata de colonias. Y todo ello lo sancionó el general Polavieja, cuya mentalidad correspondía, según mis informes, por lo rudimentaria, á lo rudimentario de la inteligencia colectiva que bajo la presión del miedo dictó aquel fallo. Rizal fue condenado á muerte; pero aún faltaba otro acto, y es el de la conversión. La espada cumplió su oficio -- un oficio para el que no sirve la espada; -- faltaba el hisopo cumplir el suyo, un oficio también para el que no sirve el hisopo. Veamos la conversión. VII. LA CONVERSION Rizal, educado en el catolicismo, no llegó a ser nunca en rigor un librepensador, sino un librecreyente. A los jesuitas que le visitaron cuando estaba en capilla les pareció un protestante, y de protestante ó simpatizador del protestantismo, así como de germanófilo fue tratado más de una vez. Entre nosotros, los españoles, apenas hay idea de lo que el protestantismo es y significa, y el clero católico español es de lo más ignorante al respecto. No hay nada más disparatado que la idea que del protestantismo se forma un cura español, aun de los que pasan por ilustrados. Hay muchos que se atienen al libro, tan endeble y pobre, de Balmes, y quienes repiten el famoso y desdichado argumento de Bossuet. Ayuda á corroborar y perpetuar este concepto lo que oyen á los protestantes ortodoxos con quienes tropiezan, á los protestantes de capilla abierta, á los pastores á sueldo de alguna Sociedad Bíblica, porque la ortodoxia protestante es más mezquina y pobre, más raquítica que la católica, y es lamentable el culto supersticioso que rinde al Libro, á la Biblia, en su letra muerta. Así como hay quienes no comprenden que haya darwinistas más darwinistas que Darwin, así hay también quienes no comprenden ó no quieren comprender que haya luteranos más luteranos que Lutero, es decir, espíritus que hayan sacado al principio específico del protestantismo, á aquello que le diferenció y separó de la Iglesia católica, consecuencias que los primeros protestantes no pudieron sacarle y aun ante las cuales retrocedieron. Porque una doctrina que se separa de otra tiene de esta otra de que se separa más que de sí misma, y en su principio lo que el protestantismo tenía de común con el catolicismo era mucho más que lo específico y diferencial suyo. El protestantismo proclamó el principio del libre examen y la justificación por la fe -- con un concepto de la fe, entiéndase bien, distinto del católico, -- y hasta cierto punto el valor simbólico de los sacramentos; pero siguió conservando casi todos los dogmas no evangélicos, y entre ellos el de la divinidad de Jesucristo, debidos á la labor de los Padres griegos y latinos de los cinco primeros siglos, es decir, los dogmas de formación y de tradición específicamente católicas. Pero el principio del libre examen ha traído la exégesis libre y rigurosamente científica, y esta exégesis, a base protestante, ha destruído todos esos dogmas, dejando en pie un cristianismo evangélico, bastante vago é indeterminado y sin dogmas positivos. Nada representa mejor esta tendencia que el llamado unitarianismo -- tal como puede verse, v.gr., en los sermones de Channing -- ó una posición como la de Harnack. Y los protestantes ortodoxos, más estrechos aún de criterio que los católicos, execran de esa posición, y olvidando lo que dijo San Pablo al respecto, se obstinan en negar á los que así pensamos hasta el nombre de cristianos. Y en una posición de esta índole llegó á encontrarse Rizal según de sus escritos deduzco. En una posición así, no sin un bajo fondo de vacilaciones y dudas hamletianas, y siempre sobre un cimiento de catolicismo sentimental, sobre un estrato de su niñez. Porque todo poeta lleva su niñez muy á flor de alma y de ella vive. Rizal fue tenido por protestante, y en la carta al P. Pastells que se inserta en la página 105 de esta obra, se le verá sincerarse de ello y hablar de sus paseos, en las soledades de Odenwald, con un pastor protestante. No creo, por otra parte, lo que dicen los jesuítas en su Rizal y su obra de que éste hubiera leído "todo lo escrito por protestantes y racionalistas y recogido todos sus argumentos". No hay que exagerar. La cultura religiosa de Rizal no era, según de sus mismos escritos se deduce, la ordinaria entre nosotros; pero no era tampoco extraordinaria ni mucho menos. No pasaba de un dilettante en ella. Los ejemplos que los jesuitas citan -- véase la nota (116) de esta obra -- son de lo más común y muy de principios del siglo pasado. Sólo que bastaban para que le tuviesen por un hombre muy enterado de la literatura protestante y racionalista tratándose de jesuítas españoles, que en esto saben menos aún que Rizal sabía, con ser esto tan moderado y parco. La enorme, la vergonzosa ignorancia que entre nosotros reina al respecto, es lo que ha podido que á Rizal se le tuviese por un librepensador. No; fue un librecreyente, lo cual es otra cosa. Rizal, lo aseguro, no hubiese jurado por Büchner ó por Haeckel. Basta leer en la página 292 de este libro la manera ingeniosa y sutil como Rizal expuso el principio de la relatividad del conocimiento, para comprender que no era un dogmático del racionalismo, un teólogo al revés, sino más bien un librecreyente con sentido agnóstico y con un cimiento de cristianismo sentimental. Y en el fondo, conviene repetirlo, el catolicismo infantil y popular, nada teológico, de su niñez, el catolicismo del ex-secretario de la Congregación de San Luis. Yo, que también fui á mis quince años secretario de esa misma Congregación, creo saber algo de esto. Á Rizal se le tuvo por protestante y por germanófilo, y ya se sabe lo que esto quiere decir entre nosotros. En España y para españoles, pasar por protestante ó cosa así es peor que pasar por ateo. Del catolicismo se pasa al ateísmo fácilmente; porque, como decía Channing, y hablando de España precisamente, las doctrinas falsas y absurdas llevan una natural tendencia á engendrar escepticismo en los que las reciben sin reflexión, no habiendo nadie tan propenso á creer demasiado poco como aquellos que empezaron creyendo demasiado mucho. Es corriente oir en España declarar que, de no ser católico, debe serse ateo y anarquista, pues el protestantismo es un término medio que ni la razón ni la fe abonan. Y cuando alguien se declara protestante le creen vendido al oro inglés. El protestante aparece ante nosotros, más aún que como un anticatólico, como un antiespañol. El ateísmo es más castizo aún que el protestantismo. La herejía se considera un delito contra la patria tanto ó más que un delito contra la religión. Y aquí era ocasión de decir algo sobre esa sacrílega confusión entre la religión y la patria, el desdichado consorcio entre el altar y el trono --no menos desdichado que aquel otro entre la cruz y la espada, -- y las desastrosas consecuencias que ha traído tanto para el trono como para el altar. Pues es difícil saber si con semejante contubernio ha perdido la religión más que la patria ó ésta más que aquélla. En la nota (387) correspondiente a la página 306 de este libro, se hallará un estupendo ukase del gobernador que fue de Pangasinan, D. Carlos Peñaranda, en que conmina á los cabezas de barangay á que oigan misa los días de precepto, bajo la multa de un peso si no lo hicieren. Esto era un brutal atentado á la libertad y á la dignidad de aquellos ciudadanos españoles, y á la vez una impiedad manifiesta. Porque obligarle á un fiel cristiano católico á que cumpla los deberes religiosos de su profesión bajo sanción civil, no es más que una impiedad; es privar á aquella ofrenda de culto de su valor espiritual y es atentar á la libertad de la conciencia cristiana. Si los frailes que hacían de párrocos en Pangasinán hubieran tenido sentido religioso cristiano y católico, habrían sido los primeros en protestar de ese atentado. Y luego, léase una vez más aquel deplorable resultando de la orden de deportación de Rizal por el general Despujol, aquel resultando en que se dice que descatolizar equivalía á desnacionalizar aquella siempre española -- hoy ya no lo es -- y como tal siempre católica tierra filipina. Contrista el ánimo la lectura de tales cosas, y más á los que creemos que para nacionalizar de veras á España, una de las cosas que más falta hacen es descatolizarla en el sentido en que Despujol y sus consejeros y directores espirituales tomaban el catolicismo. Pues acaso haya otro sentido en que quepa decir que la Iglesia católica romana se está descatolizando. Rizal pasó por un protestante, por un racionalista, por un librepensador, y en todo caso por anticatólico. Y yo estoy convencido de que fue siempre un cristiano librecreyente, de vagos é indecisos sentimientos religiosos, de mucha más religiosidad que religión, y con cierto cariño al catolicismo infantil y puramente poético de su niñez. No me chocaría que, aun no creyendo ya con la cabeza en los dogmas católicos, hubiese alguna vez asistido á misa en todas partes, y uno que nació y se crió católico, en ningún sitio mejor que en un templo católico puede, fuera de su patria, hacerse la ilusión de encontrarse en ella. Condenado á muerte Rizal, bajo la inspiración del miedo sus jueces, cayeron sobre él sus antiguos maestros los jesuítas y apretaron el cerco con que de antiguo le venían asediando. Es una lucha tristísima. Pocas cosas más instructivas como las relaciones del pobre Rizal con los jesuítas, sus antiguos maestros. En ellas se ve de un lado el excelente buen natural de él, su respeto y su gratitud á aquellos sus maestros que le habían tratado, y trataban en general al indio, con más humanidad, con más racionalidad, con más espíritu cristiano que los frailes (*). Y en ellas se ve también la irremediable vulgaridad y ramplonería del jesuíta español, con sus sabios de guardarropía, con sus sabios diligentes y útiles mientras se trata de recoger, clasificar y exponer noticias, pero incapacitados por su educación de elevarse á una concepción verdaderamente filosófica de las cosas. En la nota (363) á la pág. 293 de este libro, dice Retana que aunque los jesuítas ofrecieron publicar algún día el presente, y añade, no sé si con ironía: "Respetamos las razones que tengan para mantener inéditas tan curiosas cartas". Yo, por mi parte, sospecho que aunque las de Rizal no deben ser un asombro, ni mucho menos, de polémica religiosa -- ya he dicho que creo nunca pasó de un dilettante en tales materias como en otras, --deben quedar, sin embargo, malparados los jesuítas. ¡Porque cuidado si son éstos ignorantes, vulgares y ramplones en estas materias cuando son españoles! Baste decir que anda por acá un P. Murillo que se permite escribir de exégesis y hablar de Harnack y del abate Loisy , y lo hace con una escolástica y una insipiencia que mete miedo. No hay leyenda más desatinada que la leyenda de la ciencia jesuítica, sobre todo de su ciencia religiosa. Son unos detestables teólogos y exégetas más detestables aún. Sólo á un jesuíta español como el P. Pastells pudo ocurrírsele regalar á Rizal, para tratar de convertirle, las obras de Sardá y Salvany. Esto da la medida de su mentalidad ó del pobre concepto que de Rizal se formaba. Sólo le faltó añadir las del P. Franco. Y hay que leer entre líneas, en el relato de los jesuítas, las necedades y vulgaridades que el P. Balaguer debió dejar caer sobre el pobre Rizal. Y así y con todo aparece Rizal vencido, convertido y retractándose. Pero no con razones. Vencido, sí; convertido, acaso; pero convencido, no. La razón de Rizal no entró para nada en esta obra. Fue el poeta; fue el poeta que veía la muerte próxima; fue el poeta ante la mirada de la Esfinge que le iba á tragar muy pronto, ante el pavoroso problema del más allá; fue el poeta que, á la vista de aquella imagen del Sagrado Corazón, tallada por sus propias manos en días más tranquilos, sintió que su niñez le subía á flor de alma. Fue el golpe maestro de los jesuítas y valió más que sus ridículas razones todas. El pobre Cristo tagalo tuvo en la capilla su olivar, y es inútil figurárnoslo como un estoico sin corazón. "¡No puedo dominar mi razón!", exclamaba el pobre ante el asedio del P. Balaguer. Cedió; firmó la retractación. Luego leía el Kempis. Se encontraba ante el gran misterio, y el pobre Hamlet, el Hamlet tagalo debió de decirse: ¿Y si hay? ¡Por si hay! Entonces su espíritu debió de pasar por un estado análogo al de aquel otro gran espíritu, al de aquel hombre de razón robustísima, pero de sentimiento más robusto aún que su razón, que se llamó Pascal y que dijo: il faut s'abêtir, "hay que embrutecerse"; y recomendó tomar agua bendita, aun sin creer, para acabar creyendo. El relato de los últimos momentos de Rizal, de su verdadera agonía espiritual, es tristísimo. "¡Vamos camino del Calvario!" Y camino de su Calvario fue, pensando acaso en si aquel su sacrificio resultaría inútil; invadido tal vez por ese tremendo sentimiento de la vanidad del esfuerzo que ha sobrecojido á tantos hombres á las puertas de la muerte. "¡Qué hermoso día, Padre!" Ya no vería días así, tan hermosos. Los verían los demás; pero ¿no morirían también ellos? ¿Vería Filipinas días hermosos, despejados, claros? "¡Siete años pasé yo allí!" Y ante su espíritu soñador pasarían siete años mansos y dulces, como las aguas de un arroyo que discurre en un valle de verdura. "En España y en el extranjero es donde me perdí." ¿Qué quiere decir perderse? El niño balbucía en él. "¡Yo no he sido traidor á mi patria ni á la nación española!" No, no fue traidor. Es España la que le fue traidora á él. "Mi gran soberbia, Padre, me ha traído aquí." ¡La soberbia! ¿Y á quién que tenga una cabeza sobre los hombros y un corazón en el pecho no le pierde la soberbia? ¿Qué es eso de la soberbia? El que se confiesa soberbio no lo ha sido nunca. Los soberbios eran los otros, los soberbios eran los bárbaros que sobre su cadáver lanzaron, como un insulto á Dios, aquel sacrílego ¡viva España! "¡Mi soberbia me ha perdido!" Esto lo decía la mente que correspondía á las manos que tallaron la imagen del Sagrado Corazón, la mente del niño, del poeta. Y decía verdad. Su soberbia, sí, le perdió para que su raza ganase, porque todo aquel que quiera salvar su alma la perderá y el que la deje perder la salvará. Su soberbia, sí, su santa soberbia, la conciencia de que en él vivía una raza inteligente, noble y soñadora, la soberbia de sentirse igual á aquellos blancos que le despreciaron, esta santa, esta noble soberbia le perdió. En La Solidaridad del 15 de Julio de 1890, y en el artículo "Una esperanza", escribió Rizal: "Dios ha prometido al hombre su redención después del sacrificio: ¡cumpla el hombre con su deber y Dios cumplirá con el suyo!" Rizal cumplió con su deber, y la Iglesia Filipina Independiente, considerando que Dios ha cumplido con el suyo, ha canonizado al gran tagalo: San José Rizal.
VIII. SAN JOSÉ RIZAL San José Rizal, ¿y por qué no? ¿Por qué no se ha de dar la sanción de la santidad al culto á los héroes? Pienso algún día escribir algo sobre esa extraña Iglesia Filipina Independiente , cuyas publicaciones debo á la bondad del Sr. D. Isabelo de los Reyes ; sobre esa extraña Iglesia que es un intento de vestir al racionalismo cristiano con símbolos y ceremonias católicos, y cuyo porvenir me parece muy dudoso. No son los pensadores los que hacen las religiones ni los que las reforman. Más fácil me parece que sobre la base del sentimiento católico cristiano que allí dejó España se convierta en religión el culto mismo á la patria, á Filipinas, y que ésta les aparezca como una peregrinación para otra Filipinas celestial donde Rizal alienta y vive en espíritu. No sé si Rizal, con su fino sentido religioso, y aun á falta de una gran cultura á este respecto, habría aprobado una Iglesia en que se ve la mano del cura cismático, en que se ve la huella del fraile y de sus discípulos. Hay que desconfiar del cura cismático ó del cura hereje ó renegado. Aunque se haga ateo, el cura quiere seguir siendo cura, y pretende que haya una Iglesia atea en que él continúe como cura. La reforma religiosa la ve desde su punto de vista profesional. Pero sea de esto lo que fuere, y sea también lo que fuere del cándido racionalismo de la Iglesia Filipina Independiente y de sus enseñanzas, tan ingenuamente agnósticas y cientificistas, es lo cierto que anduvo en canonizar á Rizal mucho más acertada que en otras cosas. Como que todas las demás cosas huelen á libros europeos, á tomos de la Biblioteca Alcan, y esa, por el contrario, parece la flor de un movimiento espontáneo del alma de un pueblo. Y las religiones las hacen los pueblos y no los pensadores; los pueblos con su corazón, y no los pensadores con su cabeza. El acto, pues, más transcendental de la Iglesia Filipina Independiente es haber sancionado la canonización de Rizal, promulgada por el pueblo filipino.
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